Rara vez los programas sociales dan cuenta de aspectos que les son sustanciales, como por ejemplo, el estatus del sujeto al interior del curso de acción que compone el programa.
Este déficit, sin embargo, impide llevar adelante un tipo de accountability que se exprese en algo distinto a “las cuentas claras” o a una cierta participación, más teatral que efectiva, de los usuarios en los programas.
A pesar de esta opacidad conceptual, en ciertos ámbitos de intervención social, los programas poseen –aún cuando lo ignoren o no lo quieran hacer explícito-, una respuesta ante la pregunta: ¿Cuál es el tipo de sujeto al que se dirigen?. En este sentido el déficit conceptual implícito y explícito, no hace sino dejar en evidencia una práctica interventiva inconsistente y, por lo mismo, ciega y peligrosa, especialmente para aquellos que enfrentan mayor riesgo ante intervenciones sociales incontroladas: los llamados usuarios.
Captar el lugar conceptual desde el que se funda la intervención social no sólo resulta gravitante respecto a la noción de sujeto que porta el programa y los efectos que de ello se desprenden necesariamente, sino que también en relación a conceptos como la capacidad del programa para responder a través de indicadores consistentes a los requerimientos de los stakeholders y a los usuarios en general.
En este sentido los indicadores resultan ser la expresión real de una dimensión que es siempre conceptual, por lo que calibrar los conceptos usados, es siempre una forma de actuar sobre los indicadores a través de un cierto tipo de mensuración.
¿Por qué es importante resaltar el estatus del sujeto en la intervención social que se lleva adelante a través de programas sociales?.
Porque la intervención social se constituye como un acto de –y en- lenguaje, al decir de Teresa Matus: “la intervención social es una gramática, una forma de ver que se plasma en un hacer particular”, por lo tanto, la efectividad de la intervención se juega, finalmente, en la eficacia simbólica del nombrar al otro, al usuario, al sujeto y por lo tanto se constituye en una forma de dar cuenta de la relación sujeto-objeto. En distinto decir que: “el programa se orienta a trabajar con DES empleados, DE lincuentes o DES afiliados”. En estas tres afirmaciones se juega algo más importante que una simple declaración, “se juega la efectividad del programa y el estatus del sujeto a través de ellos. Cuando se trabaja desde la falta, como en el caso del uso de la partícula DES, se sitúa los sujetos en una relación de desproporcionalidad ante un tipo de intervención social específica”.
Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
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