Una de las primeras cosas que se les enseña a quienes desean ser adiestrados en el oficio de fotógrafo, es esta: “los retratados son siempre capturados desde un lugar”, es decir, desde un concepto. En este sentido, en la fotografía, al igual que en otras muchas ciencias del hombre, no hay espacio para la casualidad, el azar, ni mucho menos para la ingenuidad.
Tristemente esta es una de las herencias más nefastas y maravillosas que nos legó la llamada “edad de la razón”. Convivir con esta falta de ingenuidad parece ser nuestro sino y también aquello que más nos diferencia de los sencillos animales. Es por ello que renegar de la razón es negar lo más propio del hombre, es, en cierta medida, como negarse a asirse del último madero en un naufragio (cosa que puede sonar poética por cierto, pero que a fin de cuentas señala la opción entre la vida (como un hombre) y la vida (como un animal).
Fin del preámbulo.
Cuando, por primera vez, vi el libro Catastro fotográfico de la inmigración peruana en Chile, me sucedió como a muchos: aplaudí la iniciativa y me pareció que mostraba una realidad soslayada de los discursos oficiales acerca de la inmigración peruana en Chile. En términos generales, me pareció apropiado y bello el formato.
Con el pasar de los días mi opinión se fue nutriendo de eso que llaman algunos “rumia mental” y, tras conversaciones con amigos, conocidos y especialistas, decidí escribir una columna acerca de lo que me parecía el concepto del libro.
Volviendo al preámbulo, el concepto en el que se centró mi atención dice relación con algo que vengo sosteniendo hace algún tiempo: “la inmigración (peruana, ecuatoriana, colombiana, árabe etc.), no es un asunto de los inmigrantes, sino que le corresponde, le concierne, le atañe, a la sociedad de acogida en su conjunto”.
Cuando se escucha a las autoridades políticas y/o a los funcionarios subpolitizados referirse a la cuestión inmigratoria, hacen eco de lo que se podría denominar: un discurso “externo”, donde la inmigración si bien suele ser vista como un “aporte” a la sociedad de acogida, no es menos cierto que este aporte es sólo una externalidad positiva, es decir, algo pintoresco, folclórico, que oculta temporalmente la verdadera dimensión de la inmigración: la explotación económica y sexual, el trabajo desregulado y, finalmente, la discriminación abierta y/o soterrada.
Lamentablemente suelen ser las propias organizaciones que representan (y/o dicen representar) a inmigrantes las que potencian esta perspectiva exclusiva y exclusivista, donde cada “país” oferta a la sociedad de acogida sus particularidades y donde las perspectivas más críticas son ocultadas por la fiesta costumbrista permanente, simulando una cierta y cómica apertura cosmopolita “a la chilena”. Do it the chilean Way.
Disponer de un cambio de paradigma respecto a esta cuestión (que a mi juicio es finalmente la Diversidad y no la inmigración de tal o cual país hacia Chile sobre la que es preciso poner la atención), resulta fundamental para pensar y proponer estrategias de políticas públicas en las que el otro (mapuche, inmigrante, personas con opciones sexuales diversas, niños, niñas etc) sean considerados, no como ocurre en este libro fotográfico: Extranjero, Otro, Inmigrante y/o finalmente Extraño; sino como un ciudadano con derechos en cualquier lugar del mundo, más allá del circunstancial hecho de haber nacido o encontrase residiendo en un país distinto.
Este libro y lo que me parece (al decir de Víctor Orellana), su “retorica victimaria” de origen catolizante, es un ejemplo paradigmático de la ceguera conceptual, de la estrechez teórica y, finalmente, de una cierta la mala fe, producida y promovida por ciertos emprendedores sociales más interesados en potenciar y mantener la particularidad de sus emprendimientos (que los economistas llaman ventajas comparativas), que en luchar y cambiar el lugar desde el que son percibidas las personas, llámense inmigrantes, mapuche, discapacitados, niños etc.
De todas formas me alegra saber que lo que sucede en la calle no es lo que ha captado folclóricamente el fotógrafo (tristemente light), sino que más bien, nos ha mostrado su propia debilidad conceptual: una cierta inclinación a la “poética sobre el inmigrante”, sin embargo, aquellos que continúan lucrando con la desgracia, aquellos que ven y promueven la pobreza (y la “retórica victimaria” porque ese es su negocio, aquellos que románticamente proyectan una idea edulcorada (y al decir de Lemebel, “buena onda”, del Inmigrante encerrándolo en su getho turístico o pintoresco, ellos son quienes están tras este concepto solipsista del inmigrante.
Las cosas pueden ser siempre peores. He sabido que el Municipio de Santiago, a fin de evadir su responsabilidad política y técnica para y/con los inmigrantes, ha decidido tercerizar los servicios sociales hacia ellos a través de una ONG Catolizante, evitando y negando con ello la posibilidad de configurar una política local seria.
¿Qué es peor?.
Elija usted.
Ángel Marroquín Pinto
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