miércoles, 9 de diciembre de 2009

Inspiración y Programas Sociales

Contra lo que tienden a pensar algunas personas, la genialidad no es producto de la inspiración, sino de monótonas y, en muchos casos, espartanas rutinas a que se someten los creadores, para dar a la luz no nuevo.

Una de las más paradojales situaciones que se suceden en programas sociales llevados adelante por Organizaciones Sin Fines de Lucro (OGSF), es la que acontece cuando se dejan llevar más por la “inspiración” y débilmente por la rutinización de sus prácticas.

Si bien estas organizaciones se caracterizan por contar con presupuestos limitados y asociados a metas y servicios prestados, resulta natural que ellas piensen en términos y parámetros econométricos. Es así como sus balances resultan bien facturados, correctos, sobrios y del gusto de los financistas. Por cierto nada de esto resulta cuestionable, salvo tal vez la ausencia de igual rigurosidad cuando se trata de la eficiencia de los servicios prestados.

Al momento de prestar atención en este ámbito es cuando aparece la figura de la inspiración.

El cómo se generan los servicios tiene igual importancia que los recursos invertidos en ellos. En este sentido la “opinión” de los destinatarios puede ser contraproducente respecto a la valía real de los servicios que se le ofertan; quienes ejecutan programas sociales deben lidiar constantemente con la “tentación” de escuchar en la voz de sus destinatarios la importancia de los servicios dispensados y no una crítica al monólogo “inspirado” del propio programa.

Muchas OGSF cuentan con áreas de trabajo en que se requieren grandes marcos de flexibilidad y adaptación. Por lo general, estar áreas son aquellas de trato directo entre profesional y destinatario. Es, cara a cara, donde muchas intervenciones sociales encuentran el nudo temático de su quehacer. Se demandan entonces para estas áreas, marcos generales y la discreción que todo ejercicio profesional reclama. Se cierra la puerta y únicamente el destinatario y el profesional saben qué sucede, pero ¿Lo saben realmente?.

Con gran dificultad los programas sociales logran controlar esta área interaccional de la intervención; si bien pueden dar cuenta del costo de la intervención les resulta mucho más difícil hablar del efecto que esta tuvo en el destinatario. ¿Es, entonces, la discrecionalidad una salida o mas bien una trampa para la intervención?, ¿Se debería regular algo tan impredecible como un servicio personal, prestado cara a cara?. No lo sabemos nosotros y, sin embargo, cada programa social debería dar cuenta al menos de la efectividad de los servicios que provee.

Tal vez es demasiado el tiempo y el desgaste que se crea en los programas sociales que tratan directamente con sus destinatarios y debido a ello demandan inspiración constante y no lo contrario: configuración de rutinas. ¿Por qué motivo no es popular la rutinización y, en cambio, es la inspiración quien campea a sus anchas en el campo de los programas sociales?.

Esto que podría parecer una fortaleza, -cuando se confunde inspiración con innovación social-, da pie continuamente al nacimiento de ideas rodeadas de un aura de cierta sospechosa “genialidad”.

Tal vez el área donde es más patente esta característica es en el sistema interaccional de la intervención.

Esta nefasta confusión puede acarrear una potenciación de la discrecionalidad –que redunda en un bajo nivel de eficacia- cuando lo que se requiere es una rutina clara que permita enfrentar las contingencias a que están sujetas intervenciones de alta complejidad como es aquella que se brinda cara a cara.

No se llegan a rutinizar las prácticas sociales cuando no existe una clara correlación entre lo que promete (declara) el programa y lo que efectivamente recibe el cliente, en este sentido, la eficiencia sería: que un programa social cumpla cabalmente con lo que se propone y que de ello logre dar cuenta, es decir, que si promete acertar con una flecha en el blanco, acierte en él y no que falle. Uno esperaría que si falla declare abiertamente que falló y que de cuenta del por qué falló. Si los programas sociales lograran conversar con sus financistas sobre estas cuestiones seguramente el afán econométrico contaría con un claro contrapeso y evitaría la creciente unipolaridad existente cuando se habla de eficacia de programas sociales.

Ángel Marroquín Pinto

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