lunes, 12 de abril de 2010

II

El Otro incanjeable, que escurre y desliza por los arrabales que circundan la fantasía y delirios nacionales, ¿quien es, a fin de cuentas, para que merezca una atención que no suele ser apreciada como interés sino como oro?. Debería ser algo que se define por su uso en el contacto, es decir, si nos volvemos, veremos que él ocupa un lugar no como cosa sino como persona que posee atributos definibles, mensurables, describibles. Obedece a la norma, a lo que el espíritu gregario tiene costumbre de nombrar por sentido común.

Pero qué sucede si no nos gusta lo que vemos, tal vez lo más cuerdo sería preguntarnos por qué e indagar en lo que el motivo nos dice de nosotros mismos. Tal vez no y hasta es posible que nuestra definición sea hija del miedo (paradojal pero no miedo a nosotros mismos, sino del miedo al Otro, ese enigma y espejo) y la norma estereotipe y vista a nuestra persona: delincuente, joven, inmigrante, Otro.

La secreta asociación del Otro a categorías y estereotipos inquieta no como mecanismo consciente, captable, medible (objeto de intervención social), sino por lo que no explicita, la oblicuidad que genera en quien observa. Tal vez la mejor forma de describirlo sea a través de una metáfora: “yo es miedo puesto en lugar del otro”.

Ángel Marroquín

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