lunes, 17 de enero de 2011

El discreto encanto de la sistematización.

Cuanto más domesticado está el hombre,
tanto más se deja engañar por cualquier patraña.
Ernest Jünger, EUMESWIL.


Si existiera una entidad capaz de llevar adelante un accountability conceptual respecto a las (in) fidelidades conceptuales que declaran, sabiéndolo o no, los interventores, seguramente se ahorrarían muchas incomodidades a los públicos a los que esas intervenciones van dirigidas.

Tal vez una de las más sospechosas declaraciones que perpetran los interventores, en sus variantes psico y social indistintamente, es la de llamar a sistematizar, ese acto de fe.

¿Qué es eso de sistematización? Y, sobre todo, ¿por qué aún ejerce esa fascinación?.

La sistematización corresponde, nada más, que a un método que se propone como garante de una reconstrucción, por la práctica, de un conocimiento teórico. Se la define habitualmente como: “Proceso constante y aditivo de elaboración de conocimiento luego de la experiencia en una realidad específica. (...) que consiste en el primer nivel de teorización de la práctica. En la sistematización de experiencias: "las experiencias son vistas como procesos desarrollados por diferentes actores en un período determinado de tiempo, envueltas en un contexto económico y social, en una institución determinada”.

En su variante institucionalizante, la sistematización es definida como: “la recuperación de la experiencia en la práctica (de la práctica), como producción de conocimiento y como forma de empoderar a los sujetos sociales de la práctica. Asimismo, la metodología a utilizar debe considerar a los usuarios/as (niños/as, adolescentes, adultos responsables, familias, actores locales, etc.), los contextos, la intencionalidad, los referentes (conceptuales, políticos y culturales), contenidos y resultados. Dicho documento debe ser realizado por personas que participan o colaboran de la experiencia de trabajo OPD, quienes se formulan preguntas y están interesadas en comprender y mejorar la práctica” (SENAME, bases técnicas).

No estamos hablando ya de las comunes confusiones que toman a la sistematización como la vulgar confección de un informe de actividades o una antología de actividades de militancias dudosas y de hechos dispersos.

Antes de abordar lo que se me aparece como el discreto encanto de la sistematización, abordaré brevemente (puesto que lo he tratado en otras columnas, en conversaciones y en artículos) mis argumentos contra esa cosa llamada sistematización.

En primer lugar es preciso decir que la sistematización es una práctica eminentemente latinoamericana y que hunde sus raíces en la influencia del pensamiento marxista en el continente, de la teología de la liberación y la educación popular. Las dos últimas corrientes de pensamiento (puesto que no corresponden a filosofía alguna) se encuentran en el más absoluto descrédito académico hace muchos años puesto que, en sus vertientes más estructurales, positivizan al sujeto y se encuentran ancladas en una filosofía de la conciencia que, una vez acontecido el giro lingüístico, poseen muy poca consistencia. En este sentido comparten, ambas, un carácter testimonial y, por lo general, son citadas como parte de una ambigua historia de lo que antiguamente se llamó: trabajo de base, cambio social, acción transformadora, etc etc etc.

Hay que decir que lamentablemente Trabajo Social ha permanecido anclado en un cierto “monoteísmo” que ha llevado a que muchos profesionales, enceguecidos, piensen que existe “un” trabajo social y algo así como “un método”. Este tipo de pensamiento, hay que decirlo, ha sido promovido desde centros de estudio, academias y ordas de todo tipo, más que por interés en el “cambio social”, en beneficio propio y debido a una cierta insularidad más cultivada en beneficio propio (y en detrimento de los estudiantes) que de la supuesta transformación social.
En segundo lugar y centrándonos en la vertiente filosófica más seria desde la que proviene y se sostiene el concepto de sistematización (esa que encuentra en Boris Lima uno de sus mayores exponentes), podemos decir que al dividir teoría y práctica (y de hecho, al darle un estatuto tan preeminente a la práctica sobre la teoría), la sistematización cae en el error que ya Adorno, (ese marxista sin marxismo) había previsto: positivizar la división entre sujeto y objeto. Pensar que la teoría puede ser “levantada” desde la práctica es tener al saber teórico por algo “osificado” y, caricaturizando, es como pensar que el conocimiento está en las bibliotecas y no en todos lados.

La pasión con que se tiende a defender la idea de sistematización es digna de mejor causa, como por ejemplo, la construcción de indicadores para, a fin de cuentas, dar a las personas los servicios que se les prometen y además, con justicia, demostrarles que se está haciendo eso y no otra cosa, cuando no demostrar que no se les está haciendo un daño.
La sistematización tiende a confundir ambos polos: pone a los profesionales bajo la retaguardia de la “teoría” y a la práctica en el campo de lo ignorado, que es finalmente el lado donde se encuentran las personas sujetas a los servicios. Cuando alguien pide a otro sistematizar, le está diciendo algo como: “Piensa ahora en lo que hiciste mientras no estuviste pensando en lo que hacías”.

Cuando se habla de sistematizar, se habla de soslayar la ausencia de modelos de intervención fundados en matrices epistemológicas contemporáneas y no es simples panfletos o declaraciones de buenas intenciones. Finalmente la sistematización esconde algo mucho más grave, la improvisación: ellos, quienes sabían lo que hacían (y tomaban decisiones que concernían a personas), parecen ahora, al momento de sistematizar, no estar tan seguros de saber lo que hacían, en calidad de “especialistas” en intervención.

Dudo que a alguien se le ocurriría consultar a un médico que no estuviera seguro que lo que hace y que, luego de operarlo, se pusiera a sistematizar la operación para saber cómo lo hizo.

Por esto y otras razones que me reservo, soy un enemigo más de la sistematización.
Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

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