“la Caridad no ha agotado la miseria, por el contrario, muy a menudo la ha sostenido... ésta, siempre se limitaba a la ayuda inmediata y estereotipada ... las obras privadas continuaron siempre actuando aisladamente y sin sistema ...la miseria se hacía cada día más cruel, la mendicidad más insolente. Se multiplicaban las falsas obras y los falsos pobres.”[1]
Estas palabras, nacidas a principios del siglo pasado, narran la emergencia de la cuestión social en Chile y sobretodo algo que las hace mucho más interesantes y perennes: una forma crítica de ver la acción de la caridad. Opiniones y críticas como esta empujaron el surgimiento del servicio social como disciplina científica amparada en un método tecnológico.
Estas palabras, nacidas a principios del siglo pasado, narran la emergencia de la cuestión social en Chile y sobretodo algo que las hace mucho más interesantes y perennes: una forma crítica de ver la acción de la caridad. Opiniones y críticas como esta empujaron el surgimiento del servicio social como disciplina científica amparada en un método tecnológico.
Lo que me llama la atención e inquieta al releer estas palabras, no es la crítica implícita (que por cierto posee un estatus propio que nos debería hacer pensar en la dignidad crítica del oficio cuando se ejerce con nobleza y no complacientemente), sino las tres últimas palabras del párrafo: los falsos pobres.
Mi curiosidad no surge desde un plano moral sino por la figura que levantan y proyectan: El falso pobre.
El falso pobre posee un cierto aire de familia con la intervención social, -entendida como dispositivo destinado a certificar la pobreza y focalizar recursos en ella y también como falla constante en los mismos diseños, imposibilitados siempre de escapar al error y tozudez de los falsos pobres- que los hace inseparables.
Imposible comprender la política social sin verla como un código constantemente violado, como una productora de discursos, de una cierta verdad al decir Focaultiano. En lo que sigue me propongo señalar la incombustibilidad de esa afirmación y señalar el déficit desde el cual, a mi juicio, proviene.
Falsos pobres quiere decir que existirían hipotéticamente pobres reales, verdaderos, pero ¿Para quién?. Para aquel que los catastra, mide, cuenta, verifica y autentica su verosimilitud y los separa entre verdaderos y falsos. Sobre este punto Saul Karsz señalaba que: para “ser digna de intervención” ante el Estado, la miseria debe ser solvente, es decir, susceptible de intervención social, debe garantizar una cierta plusvalía.
Los falsos pobres serían, entonces, aquellos que “se disfrazan[2]” de pobres a fin de burlar o sabotear el sistema de intervención social destinado a los pobres auténticos. La simulación, sin embargo, no explica su presencia permanente ni el perfeccionamiento de los sistemas de estratificación social destinados a separar entre los pobres, en general, la categoría de pobres solventes, es decir, entre verdaderos y falsos pobres.
Existe por lo tanto un déficit constante, que ha acompañado a las políticas sociales (y que en cierta medida se corresponde con aquello de: guijarro en el zapato), en términos de autenticación de pobres. En este sentido resulta habitual, para quienes se desempeñan en la ejecución de políticas sociales, escuchar a usuarios molestos procurando certificar su calidad de pobres honestos y, en muchos casos, denunciar a alguna persona, de simular pobreza a fin de obtener alguna clase de ventaja o beneficio injustificado.
El déficit en que se cimienta la existencia y manifestación del falso pobre tiene que ver, a mi juicio, con dos elementos:
1) la dinámica económica del sistema capitalista que genera pobres y luego busca aplacar los efectos estructurales que genera su propia dinámica.
En este sentido el falso pobre es lisa y llanamente un pobre doblemente pobre puesto que ni siquiera se encuentra en condiciones de “calificar” a un apoyo por parte del Estado y, por lo tanto, se ve obligado a representar, en el gran teatro de las intervenciones sociales un papel, al modo del Lazarillo de Tormes.
2) la dinámica capitalista, en su complejidad, ha generado un tipo de pobreza tan distinta, que las intervenciones sociales del Estado, no sólo no intervienen, sino que ni siquiera pueden verla. Esto lleva a que sean vistos justamente como “falsos pobres”, manifestaciones de la pobreza que aún no han recibido un nombre, recibiendo deficientemente uno ya en uso que además los niega: pobres falsos o falsos pobres.
Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social
[1] SAND, René. “LAS ESCUELAS DE SERVICIO SOCIAL”. Revista Servicio Social, año I, nos 1 y 2, Santiago, 1927, pág. 42.
[2] Interesante sería, por ejemplo, preguntar a estos “falsos pobres” si usan esta identidad en instituciones comerciales, laborales, académicas -sabiendo que para ellas la pobreza no es un nicho económico sino un peligro- o solamente ante el tinglado de la política social.
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