Ninguno de los géneros literarios ha brindado más materia de controversia y reflexión como aquel compuesto por la denominada “literatura gris”. Oí usar esa expresión a Saül Karsz en una de sus visitas a Chile y me impresionó la ironía y la verdad contenida en ella. Se refería, por cierto, a los millares de expedientes y registros que demandan ciertas asistencias a desamparados.
Son miles de palabras que se acumulan en los expedientes rotulados con los nombres y apellidos de esos desconocidos, que por tal o cual circunstancia, llegan a declarar a las oficinas de asistencia social. Ríos de tinta, kilómetros interminables de palabras que llevan todas a Kafka.
La literatura gris, sin embargo, no deja de ser un testimonio del hacer encarnizado de los interventores y la férrea resistencia de sus públicos. A pesar de ello y favorablemente para ambos la lucha va quedando registrada en miles de documentos, papeles y relatos.
Puedo detectar una cierta pasividad en el hecho que exista la literatura gris, en cierta medida el expediente, en alguna parte, viene a ser una especie de ortopedia imposible, puesto que lo que sucede entre el Trabajador Social y su público, aún cuando se registre, es algo que no se agota ni en uno, ni en otro ni en ambos. El pensar sostenidamente en esto me ha llevado a afirmar que la literatura gris (ya sea en su vertiente virtual o documental), es un ejemplo paradigmático de la pérdida de sustancia del oficio o lo que es lo mismo, pérdida de su horizonte de imposibilidad.
Cuando digo oficios imposibles me refiero a aquellos que cuentan con un contendor imposible: la medicina en su lucha contra la enfermedad y la muerte; la pedagogía y su lucha por el pensamiento propio y el Trabajo Social y su enfrentamiento a la cuestión social. ¿Qué ha sucedido con estos oficios imposibles para que hayan decaído y dado forma a la literatura gris, esa especie de justificación diletante más cercana a la comedia o el drama que a la épica?.
Han perdido peligrosidad, se han vuelto oficios normalizados y dispuestos a acatar a los poderosos; en cierta medida han perdido de vista su contendor: el Imposible.
En este punto cabría repetir una vieja pregunta a los ejecutantes: ¿Por qué uno (a) es Trabajador Social?, ¿Por qué uno (a) se involucra en un oficio imposible?.
Sin duda la respuesta estará lejos de ser unívoca, correcta o incorrecta, mi afán es únicamente ponerla en la mesa, sin embargo, resulta evidente que uno no es, por ejemplo, los lugares en los que trabajó (asistente social de la municipalidad tal o del consultorio cual), sino, tal vez, lo que intentó, en lo que fracasó y nada más. Hablar de éxito en lo social es cuestión de mala fe.
Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social
Son miles de palabras que se acumulan en los expedientes rotulados con los nombres y apellidos de esos desconocidos, que por tal o cual circunstancia, llegan a declarar a las oficinas de asistencia social. Ríos de tinta, kilómetros interminables de palabras que llevan todas a Kafka.
La literatura gris, sin embargo, no deja de ser un testimonio del hacer encarnizado de los interventores y la férrea resistencia de sus públicos. A pesar de ello y favorablemente para ambos la lucha va quedando registrada en miles de documentos, papeles y relatos.
Puedo detectar una cierta pasividad en el hecho que exista la literatura gris, en cierta medida el expediente, en alguna parte, viene a ser una especie de ortopedia imposible, puesto que lo que sucede entre el Trabajador Social y su público, aún cuando se registre, es algo que no se agota ni en uno, ni en otro ni en ambos. El pensar sostenidamente en esto me ha llevado a afirmar que la literatura gris (ya sea en su vertiente virtual o documental), es un ejemplo paradigmático de la pérdida de sustancia del oficio o lo que es lo mismo, pérdida de su horizonte de imposibilidad.
Cuando digo oficios imposibles me refiero a aquellos que cuentan con un contendor imposible: la medicina en su lucha contra la enfermedad y la muerte; la pedagogía y su lucha por el pensamiento propio y el Trabajo Social y su enfrentamiento a la cuestión social. ¿Qué ha sucedido con estos oficios imposibles para que hayan decaído y dado forma a la literatura gris, esa especie de justificación diletante más cercana a la comedia o el drama que a la épica?.
Han perdido peligrosidad, se han vuelto oficios normalizados y dispuestos a acatar a los poderosos; en cierta medida han perdido de vista su contendor: el Imposible.
En este punto cabría repetir una vieja pregunta a los ejecutantes: ¿Por qué uno (a) es Trabajador Social?, ¿Por qué uno (a) se involucra en un oficio imposible?.
Sin duda la respuesta estará lejos de ser unívoca, correcta o incorrecta, mi afán es únicamente ponerla en la mesa, sin embargo, resulta evidente que uno no es, por ejemplo, los lugares en los que trabajó (asistente social de la municipalidad tal o del consultorio cual), sino, tal vez, lo que intentó, en lo que fracasó y nada más. Hablar de éxito en lo social es cuestión de mala fe.
Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social
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