miércoles, 30 de junio de 2010

Oficios imposibles.

Ninguno de los géneros literarios ha brindado más materia de controversia y reflexión como aquel compuesto por la denominada “literatura gris”. Oí usar esa expresión a Saül Karsz en una de sus visitas a Chile y me impresionó la ironía y la verdad contenida en ella. Se refería, por cierto, a los millares de expedientes y registros que demandan ciertas asistencias a desamparados.

Son miles de palabras que se acumulan en los expedientes rotulados con los nombres y apellidos de esos desconocidos, que por tal o cual circunstancia, llegan a declarar a las oficinas de asistencia social. Ríos de tinta, kilómetros interminables de palabras que llevan todas a Kafka.

La literatura gris, sin embargo, no deja de ser un testimonio del hacer encarnizado de los interventores y la férrea resistencia de sus públicos. A pesar de ello y favorablemente para ambos la lucha va quedando registrada en miles de documentos, papeles y relatos.

Puedo detectar una cierta pasividad en el hecho que exista la literatura gris, en cierta medida el expediente, en alguna parte, viene a ser una especie de ortopedia imposible, puesto que lo que sucede entre el Trabajador Social y su público, aún cuando se registre, es algo que no se agota ni en uno, ni en otro ni en ambos. El pensar sostenidamente en esto me ha llevado a afirmar que la literatura gris (ya sea en su vertiente virtual o documental), es un ejemplo paradigmático de la pérdida de sustancia del oficio o lo que es lo mismo, pérdida de su horizonte de imposibilidad.

Cuando digo oficios imposibles me refiero a aquellos que cuentan con un contendor imposible: la medicina en su lucha contra la enfermedad y la muerte; la pedagogía y su lucha por el pensamiento propio y el Trabajo Social y su enfrentamiento a la cuestión social. ¿Qué ha sucedido con estos oficios imposibles para que hayan decaído y dado forma a la literatura gris, esa especie de justificación diletante más cercana a la comedia o el drama que a la épica?.

Han perdido peligrosidad, se han vuelto oficios normalizados y dispuestos a acatar a los poderosos; en cierta medida han perdido de vista su contendor: el Imposible.

En este punto cabría repetir una vieja pregunta a los ejecutantes: ¿Por qué uno (a) es Trabajador Social?, ¿Por qué uno (a) se involucra en un oficio imposible?.

Sin duda la respuesta estará lejos de ser unívoca, correcta o incorrecta, mi afán es únicamente ponerla en la mesa, sin embargo, resulta evidente que uno no es, por ejemplo, los lugares en los que trabajó (asistente social de la municipalidad tal o del consultorio cual), sino, tal vez, lo que intentó, en lo que fracasó y nada más. Hablar de éxito en lo social es cuestión de mala fe.


Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social

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