Muchas de las dificultades que enfrentan los trabajadores sociales en la implementación de intervenciones pueden ser imputadas a su irreductible monoteísmo[1].
Pensar que el Trabajo Social es uno y que, por lo tanto, puede ser aprehendido a través de algo así como un “método” no hace sino revelar una miopía mayúscula, con consecuencias prácticamente invisibles para otras profesiones que se afanan también en lo social y procuran, con más o menos éxito, romper el soliloquio de los monoteístas.
Son variadas las consecuencias negativas, para los usuarios, que se derivan de la concepción monoteísta en Trabajo Social, entre ellas: se les condena a ocupar un lugar de objetos sometidos a intervenciones “unidimensionales”, se les reduce a partes interactuantes en un proceso de intervención reglamentado y, por lo tanto, se les resta la posibilidad de acceder a espacios distintos al signado por es esquema interventivo, se les segmenta en parcelas como: “caso”, “grupo” o “comunidad”; cuando no en áreas como familia, laboral, pobreza, infancia, emprendimiento etc. Estas consecuencias resultan una mutilación al individuo y una reducción brutal de la extrema complejidad en que ellos actúan y toman decisiones. No es menos cierto que en muchas ocasiones estas reducciones se originan en la política pública y su estilo de “corte y pega” al diseñar programas sociales tipo “Frankenstein[2]” y que dejan muy poco espacio a la innovación o, al menos, a la discusión en los equipos de trabajo encargados de implementarlos.
Confundir el DÓNDE se desarrolla la intervención social, es decir, la temática, la institución, la organización que la implementa (y en muchos casos financia) o el programa, es una de las características de la visión monoteísta. Rara vez programas sociales con participación de Trabajadores Sociales logran evaluar las intervenciones puesto que se encuentran ante interpretaciones diversas –cuando no divergentes-, acerca de lo que HACE un Trabajador Social. En una ocasión oí a una funcionaria decir que Trabajo Social es: “eso po’…eso que hacen los asistentes sociales cuando están a solas con las personas”.
Lo que se debería preguntar al Trabajador Social es DESDE DÓNDE observa lo social y plantea la intervención. Cuando se hace esta clase de preguntas es posible hacer emerger el politeísmo, es decir, una concepción de Trabajo Social y la intervención social plural, signada por enfoques contemporáneos provenientes de matrices de pensamiento y portadores de componentes ético-políticos, estéticos y enfoques epistémicos diversos y capaces de leer un contexto social complejo y en disputa[3]. (MATUS, 2000).
Hasta que la discusión de la mayoría de los Trabajadores Sociales no logre situarse sobre estos puntos, las consecuencias las pagarán quienes no tienen la capacidad de optar entre un servicio que se nutre de un “método único” y otros distintos y capaces de configurar intervenciones sociales complejas; además de las distintas disciplinas que se ven en la necesidad de comunicarse con los Trabajadores Sociales desde perspectivas epistémicas diversas. En otras palabras, continuará el solipsismo disciplinario.
Es así como aún, al observar a los Trabajadores Sociales afanarse encarnizadamente en sus públicos, uno se pregunta, como Zaratustra: ¿es posible que en la soledad del busque, estos hombres no se enteraran que Dios ha muerto?.
Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social
Pensar que el Trabajo Social es uno y que, por lo tanto, puede ser aprehendido a través de algo así como un “método” no hace sino revelar una miopía mayúscula, con consecuencias prácticamente invisibles para otras profesiones que se afanan también en lo social y procuran, con más o menos éxito, romper el soliloquio de los monoteístas.
Son variadas las consecuencias negativas, para los usuarios, que se derivan de la concepción monoteísta en Trabajo Social, entre ellas: se les condena a ocupar un lugar de objetos sometidos a intervenciones “unidimensionales”, se les reduce a partes interactuantes en un proceso de intervención reglamentado y, por lo tanto, se les resta la posibilidad de acceder a espacios distintos al signado por es esquema interventivo, se les segmenta en parcelas como: “caso”, “grupo” o “comunidad”; cuando no en áreas como familia, laboral, pobreza, infancia, emprendimiento etc. Estas consecuencias resultan una mutilación al individuo y una reducción brutal de la extrema complejidad en que ellos actúan y toman decisiones. No es menos cierto que en muchas ocasiones estas reducciones se originan en la política pública y su estilo de “corte y pega” al diseñar programas sociales tipo “Frankenstein[2]” y que dejan muy poco espacio a la innovación o, al menos, a la discusión en los equipos de trabajo encargados de implementarlos.
Confundir el DÓNDE se desarrolla la intervención social, es decir, la temática, la institución, la organización que la implementa (y en muchos casos financia) o el programa, es una de las características de la visión monoteísta. Rara vez programas sociales con participación de Trabajadores Sociales logran evaluar las intervenciones puesto que se encuentran ante interpretaciones diversas –cuando no divergentes-, acerca de lo que HACE un Trabajador Social. En una ocasión oí a una funcionaria decir que Trabajo Social es: “eso po’…eso que hacen los asistentes sociales cuando están a solas con las personas”.
Lo que se debería preguntar al Trabajador Social es DESDE DÓNDE observa lo social y plantea la intervención. Cuando se hace esta clase de preguntas es posible hacer emerger el politeísmo, es decir, una concepción de Trabajo Social y la intervención social plural, signada por enfoques contemporáneos provenientes de matrices de pensamiento y portadores de componentes ético-políticos, estéticos y enfoques epistémicos diversos y capaces de leer un contexto social complejo y en disputa[3]. (MATUS, 2000).
Hasta que la discusión de la mayoría de los Trabajadores Sociales no logre situarse sobre estos puntos, las consecuencias las pagarán quienes no tienen la capacidad de optar entre un servicio que se nutre de un “método único” y otros distintos y capaces de configurar intervenciones sociales complejas; además de las distintas disciplinas que se ven en la necesidad de comunicarse con los Trabajadores Sociales desde perspectivas epistémicas diversas. En otras palabras, continuará el solipsismo disciplinario.
Es así como aún, al observar a los Trabajadores Sociales afanarse encarnizadamente en sus públicos, uno se pregunta, como Zaratustra: ¿es posible que en la soledad del busque, estos hombres no se enteraran que Dios ha muerto?.
Ángel Marroquín Pinto
Trabajador Social
[1] Este monoteísmo se expresa en diversas vertientes cuyas características principales pueden ser sintéticamente mencionadas como: homogeneidad, esencialismo y luchas hegemónicas, entre este tipo de vertientes, las más recurridas son: la matriz dialéctica, la positivista y la sistémica. La vertiente originada en la “educación popular”, si bien es mencionada, no ha logrado constituirse en un eje serio de trabajo y ha caído en el descrédito debido a su aire de familia respecto a la militancia política y el voluntarismo.
[2] Con esta metáfora me refiero a programas sociales que usan de conceptos provenientes de matrices epistemológicas disímiles –en el mejor de los casos-, cuando no abiertamente opuestas. Ejemplo paradigmático son algunos programas para infractores de ley de SENAME en que se habla de sistematización, evaluación, tratamiento, redes etc.
[3] Es decir, Trabajo Social no es una práctica y no tiene un método, sino que se sustenta en enfoques epistémicos universales. (MATUS, 2000).
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