martes, 6 de julio de 2010

Puntos ciegos.

Nada nos define mejor como aquello que no vemos. En cualquier actividad de la vida parecemos –cuando no lo estamos realmente-, arrojados a una especie de constante premura, impelidos al hacer por nuestras inclinaciones y deseos.

Pero, ¿qué sucede cuando prestamos servicios, de esos denominados en la jerga técnica como “personales”?; ¿cuando nos apercibimos realmente que disponemos seriamente de eso que la literatura psicológica llama, pomposa y esquivamente: ‘yo’?, ¿qué sucede cuando vemos que el ‘yo’ no es entendido como parte accesoria, sino fundamental en el hipotético logro de las tareas y objetivos de nuestro quehacer disciplinario?.

Salvo en la clínica o bajo paradigmas de intervención social marcadamente psicológicos (como el Trabajo Social hermenéutico, especialmente aquel de origen francés e influenciado por el psicoanálisis), resulta difícil considerar que las agencias que diseñan e implementan programas sociales en la actualidad, consideren seriamente que los interventores sociales trabajan –y ponen en la intervención social-, nada más y nada menos que cosas distintas a su inteligencia, destreza y aptitud, cuando no únicamente la buena voluntad como ocurre con muchas y de las más reputadas.

Si bien es posible apuntar que los mejores programas sociales cuentan con sistemas de prevención de burn out, muchos otros, al ser consultados, creen que cuentan con éstos sistemas llegando incluso a confundirlos con diversas actividades del genero “folclor laboral” tipo “minuto feliz” o “minuto de confianza”.

Como sea, parece no sólo existir una mala comprensión de lo que significa el burn out, sino que algo mucho más grave: se ignora el estatuto de lo psíquico en la intervención social.

Esto no afecta únicamente a la institución en lo que puede cuantificar (y en definitiva, ver). Por ejemplo en términos administrativos, como nos puede hacer creer el considerar unidimensionalmente que el burn out es una manifestación de una mala planificación y/o distribución de funciones en la intervención (entre otros muchos factores que guarda y expone la literatura respectiva); tampoco que la afecta económicamente al restarle trabajadores y aumentar el número de licencias por enfermedades laborales asociadas a salud mental.

El burn out en los equipos profesionales que trabajan en intervenciones sociales es únicamente una manifestación de la existencia de puntos ciegos que la constituyen y determinan –y le dan, en definitiva, forma- y que es donde encuentra su especificidad aquello denominado como intervención social.

Tal vez uno de los puntos ciegos que no ve la intervención social –y que no ve que no ve-, tenga que ver con el estatuto psíquico de lo social, entendido como mecanismo de reproducción de lo social.

Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

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