Pretender atrapar lo que puede ser entendido como intervención social resulta un intento vano, imposible no extraviarse en vademécums o consideraciones de todo tipo, pero cómo no evitarlo si, a fin de cuentas, son lo único que nos queda.
Pretender, analíticamente, detener la producción de lo social para inaugurar nuevas formas de entender lo que puede ser la intervención, también resulta una empresa quimérica.
En cierta medida el contacto es inatrapable, por eso encuentra tanta razón de ser la literatura gris en las profesiones llamadas “sociales”: proyecta la esperanza de “detener la realidad” a fin de pensarla, ponderar argumentos variados y de diverso pedigrí, para finalmente, y luego de contar con varias alternativas, tomar la mejor decisión (no se discutirá aquí si ésta implica lo mejor para la institución o para su público, cosa siempre borrosa, indeterminada). Así pues tenemos la determinación monolítica y el parapeto conceptual como primera salida ante la in atrapabilidad.
Otra vertiente de esta ansiedad profesional ante la levedad social sustantiva, dice relación con el trabajo en equipo y la posibilidad de atrapar el sentido a través de la discusión multidisciplinaria.
Frente a lo inasible caben algunas respuestas: 1) salir del laberinto a través de la consecución de relatos omnicomprensivos de lo social, que en sí mismos resultan contradictorios por tautológicos; 2) Como señala Javiera Roa, anestesiar la razón, es decir, perder la conciencia de la búsqueda y aceptar los hechos como fácticos y, en cierta medida, apreciarlos como inmodificables y 3) psicologizar lo social, es decir, fundamentar desde lo psicológico una relación privilegiada con lo social (contra lo que se opuso el propio Husserl).
Estos caminos llevan a una actitud “anti intelectualista” mas bien pre moderna y que en nada, lamentablemente, ayuda al mejoramiento de las disciplinas, ni mucho menos a ofrecer servicios de mejor calidad a los públicos.
Tal vez deberíamos dejar de pretender “atrapar” lo social y abocarnos sin descanso a una cierta posibilidad de exploración sin objeto ni sujeto, es decir, a una posibilidad de encuentro con lo social que pase más bien por la experiencia crítica del observador desapasionado, que capta fotográficamente lo que sucede a su alrededor, para luego elaborar una mirada, una perspectiva política acerca del acontecer: una cierta dimensión estética-crítica en intervención social[1], como aquella que hacía decir a Johnny en el relato “el perseguidor” de Julio Cortázar: “esto lo estoy tocando mañana”.
Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
[1] Dicen Boltansky y Chiapello en su texto EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO: “Los dispositivos críticos se establecen con dificultad, al precio de grandes sacrificios y con retraso, en una relación de isomorfismo con respecto a la instituciones sobre las que creen poder intervenir. Este isomorfismo es, en cierto modo, la condición de su eficacia. La rápida transformación de los modos de organización y de las formas de justificación de unos mundos a los que tienen que ajustarse para recibir su parte los sorprende desprevenidos”.
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