A Ricardo Bravo y nuestras conversaciones.
Uno de los grandes vacíos reflexivos que se perpetra en el ejercicio (imposible, por cierto), de la profesión tiene que ver con el estatus de lo lingüístico y el uso del idioma español.
Uno de los grandes vacíos reflexivos que se perpetra en el ejercicio (imposible, por cierto), de la profesión tiene que ver con el estatus de lo lingüístico y el uso del idioma español.
Resulta ya un lugar común señalar que el lenguaje construye realidad, que el pensamiento se encuentra imbricado con el lenguaje, entre otras aserciones respectivas, y sin embargo, en el ejercicio cotidiano del Trabajo Social (y en el de otras disciplinas que se afanan en lo social), brillan por su ausencia los matices, los usos complejos del idioma: giros, metáforas, metonimias, abundando mas bien una especie de lenguaje descriptivo proveniente de manual burocrático o improvisación técnica. Punto a parte merece la escuálida consistencia conceptual que expresan los productos prosaicos generados por los ejecutantes, almacenados en su siempre voluminoso anaquel de literatura gris respectivo.
Si realmente consideráramos el estatus del lenguaje y la importancia del uso del idioma español arribaríamos a que el idioma constituye el medio y el fin de una intervención en lo social y, por otra parte, el idioma y su uso determina en gran medida la capacidad comprensiva del profesional.
Uno de los vicios que padecen los Trabajadores Sociales dice relación con el uso coloquial del idioma y su efecto más nefasto: el sentido común ilustrado[1]. Se le puede reconocer a través del uso de un tipo de lenguaje coloquial, igualitarista y simple que pretende llegar al fondo (fácilmente), de cuestiones que comportan grandes y meticulosos esfuerzos reflexivos.
La disciplina se desenvuelve en medios marginales y en muchos casos los Trabajadores Sociales (porque así se encuentra establecido por el enfoque que adopta, por mera necesidad o espontaneidad profesional), deben dialogar con sus públicos a través de dialectos o jergas específicas: coa, dialectos juveniles etc.
Usar coloquialmente el idioma exige al profesional, subir, o al menos, llevar sus expresiones a un grado de abstracción que logre el principal objetivo de quienes se afanan en lo social: intentar comprender -y dar cuenta de ese intento- a través de la creación literaria.
El uso deficiente del idioma español obsta el desempeño comprensivo de los sujetos, los coarta y disminuye socialmente más aún cuando no son comprendidos por el Trabajador Social o cuando estos pretenden que, a través del empobrecimiento idiomático, pueden tener acceso a algo así como “un vínculo privilegiado” con sus públicos. Es verdad que las instituciones no promueven un uso complejo del idioma sino todo lo contrario, parecen llamadas a sembrar la confusión a través de cierto amancebamiento conceptual que es posible apreciar en la redacción (gris y aburrida, por cierto) de bases técnicas e informes de gestión, entre otros menos dignos y decorosos usos del lenguaje institucional-burocrático.
El uso del lenguaje es siempre –aún cuando no quiera ser visto de esa forma por los conformistas-, crítico. En este sentido lo social (entendido como cuestión social), es siempre un efecto literario que demanda interpretación: el trabajador social trabaja para saber qué es, finalmente, el Trabajo Social.
Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
[1] Con esta expresión nos referimos a un conjunto de expresiones que parecen rechazar el contenido conceptual presente en la intervención social (por desconocimiento, pereza o mala fe) y reivindicar simultáneamente una especie de “constante descubrimiento de lo conceptual a través de expresiones de sentido común”. Finalmente, el sentido común ilustrado, representa la voz de la ignorancia con pretensiones pseudocientíficas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario