Tal vez lo que sucedió en las primeras horas en el interior de la mina San José nunca lo sabremos a cabalidad. Si prevaleció el buen salvaje de Rousseau o el lobo de Hobbes, seguirá siendo un misterio que quedará en secreto entre aquellos que vivieron esa experiencia, única y extraordinaria, en cierto sentido. Tal vez más de un minero nos relatará con detalle esas primeras horas, esta vez, cargadas de fantasía y pasión más que de verdad o al menos de verosimilitud.
A pesar de esto no deja de ser digno de consideración, más allá de lo espectacular del suceso, un cierto aire de perplejidad en que parece transcurrir el rescate de los 33 mineros. ¿Qué representa la salida de 33 personas atrapadas en una mina negligentemente controlada por un Estado del tercer mundo con aspiraciones modernizantes?. ¿Hay algo más tras esta operación técnico-política, aparte de los obvios y facilones réditos políticos del gobierno de turno?.
Un país parece reconocerse en la gesta de estos 33 mineros, un país los recibe como héroes en el exterior, ignorando completamente lo que sucedió en el interior de la mina. Tal vez la fama del momento borre la gratitud o el encono fraguado en la desgracia, quien sabe.
Lo que si sabemos es que lo que sucede afuera de la mina viene, en cierta medida, a complementar lo que sucedió en el interior. Retomando –una y otra vez-, el mito platónico, la caverna viene a simbolizar el mundo de lo aparente, el mundo que nos aprisiona y donde las cosas “se aparecen a los sentidos como verdaderas”. Estos mineros prestos a salir de su caverna, se preparan para recibir la luz del día y, en el fondo, la realidad desde la que provienen, donde sus familias y la sociedad del espectáculo, con ansias, los aguardan.
Cuando los mineros salgan de la mina, las cámaras penetrarán en las profundidades de la tierra en busca de ese lugar en el que las normas “lo correcto” y/o lo “incorrecto”, quedaron suspendidas por un momento y afloró aquello que es más primitivo y consustancial al hombre: mirar el mal y el bien a la cara y, a fin de cuentas, optar entre el egoísmo primitivo y un bien que es, a fin de cuentas, el origen del orden social.
Chile parece vivir en esa caverna, un sitio sin Dios ni ley alguna distinta al imperativo de la necesidad.
Hay una cierta estela de brutalidad que se desplaza y sigue –como el perro “a su dueño fiel, pero importuno”- a Chile: los hechos de vandalismo perpetrados tras el terremoto, la habitual muerte de niños en balaceras producidas en poblaciones marginales, la desidia y estulticia con que diariamente la televisión hace gala, la estupidez e ignorancia de los representantes del gobierno de turno, en fin, suma y sigue.
Un grupo de 33 hombres sale a la superficie y un país se interna en sus profundidades propias.
¿Qué entidad sacará a Chile de las profundidades de sí mismo? ¿Quiénes serán capaces de reflejarle a la cara su infinito patetismo?, quien sabe…
Ángel Marroquín
A pesar de esto no deja de ser digno de consideración, más allá de lo espectacular del suceso, un cierto aire de perplejidad en que parece transcurrir el rescate de los 33 mineros. ¿Qué representa la salida de 33 personas atrapadas en una mina negligentemente controlada por un Estado del tercer mundo con aspiraciones modernizantes?. ¿Hay algo más tras esta operación técnico-política, aparte de los obvios y facilones réditos políticos del gobierno de turno?.
Un país parece reconocerse en la gesta de estos 33 mineros, un país los recibe como héroes en el exterior, ignorando completamente lo que sucedió en el interior de la mina. Tal vez la fama del momento borre la gratitud o el encono fraguado en la desgracia, quien sabe.
Lo que si sabemos es que lo que sucede afuera de la mina viene, en cierta medida, a complementar lo que sucedió en el interior. Retomando –una y otra vez-, el mito platónico, la caverna viene a simbolizar el mundo de lo aparente, el mundo que nos aprisiona y donde las cosas “se aparecen a los sentidos como verdaderas”. Estos mineros prestos a salir de su caverna, se preparan para recibir la luz del día y, en el fondo, la realidad desde la que provienen, donde sus familias y la sociedad del espectáculo, con ansias, los aguardan.
Cuando los mineros salgan de la mina, las cámaras penetrarán en las profundidades de la tierra en busca de ese lugar en el que las normas “lo correcto” y/o lo “incorrecto”, quedaron suspendidas por un momento y afloró aquello que es más primitivo y consustancial al hombre: mirar el mal y el bien a la cara y, a fin de cuentas, optar entre el egoísmo primitivo y un bien que es, a fin de cuentas, el origen del orden social.
Chile parece vivir en esa caverna, un sitio sin Dios ni ley alguna distinta al imperativo de la necesidad.
Hay una cierta estela de brutalidad que se desplaza y sigue –como el perro “a su dueño fiel, pero importuno”- a Chile: los hechos de vandalismo perpetrados tras el terremoto, la habitual muerte de niños en balaceras producidas en poblaciones marginales, la desidia y estulticia con que diariamente la televisión hace gala, la estupidez e ignorancia de los representantes del gobierno de turno, en fin, suma y sigue.
Un grupo de 33 hombres sale a la superficie y un país se interna en sus profundidades propias.
¿Qué entidad sacará a Chile de las profundidades de sí mismo? ¿Quiénes serán capaces de reflejarle a la cara su infinito patetismo?, quien sabe…
Ángel Marroquín
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