Recuerdo a una gran amiga que, con cierto desenfado, me decía que prefería la desmesura a la medianía que imperaba respecto a las opiniones profesionales en el campo de lo social. Reconozco que esta afirmación me sorprendió y, a la larga y luego de varios años de ejercicio profesional, terminó por convencerme.
¿A cuento de qué viene esto?.
Noto constantemente una especie de “afasia política” en quienes ejercen disciplinas sociales, especialmente aquellas encargadas de promover y apoyar a poblaciones empobrecidas. Me parece, en cierta medida justificable (aún cuando no totalmente), en generaciones que crecieron en el temor y bajo persecución policial, sin embargo, me sorprende hoy, no sólo por la ausencia evidente de terror de Estado contra chilenos, sino por las graves condiciones en que viven aquellos con quienes trabajan estas personas que actualmente declaran grandilocuentemente “afanarse en lo social”.
Las tasas de pobreza e indigencia han crecido, según lo muestra la última encuesta CASEN y, sin embargo, quienes trabajan con estas personas, parecen más resignadas que indignadas por este mal generado cuando, paradojalmente: “el gasto social se ha duplicado en diez años”. Dejando de lado esta consideración que podría parecer ética, hay otra circunstancia mucho más alevosa a mi juicio: la nula participación en organizaciones sociales que parecen tener quienes trabajan en lo social.
¿Es posible que personas con un cierto grado de educación (más o menos respetable hasta que se los escucha hablar, casi siempre mal, cosa que los hace en ocasiones indistinguibles de las personas a las que tratan), renuncien conscientemente a aquello que los define como seres “sociales”, es decir, el componente político de sus existencias?. Tal vez este factor es menos importante en seres humanos despojados de oportunidades y condenados en cierta medida a la marginalidad y a un tipo de acción estratégica parecida a la rapiña (y que se expresa sintomáticamente en la relación que establecen con los servicios sociales en general), y por lo mismo, es imperdonable que profesionales “sociales” ignoren la orientación eminentemente política de la acción social.
Más allá del tipo de opinión política que posean los profesionales sociales, deben reconocer que les es consustancial por definición. Así como un psicólogo que no se encuentra en terapia es una especie de sacerdote si fe, así un Trabajador Social sin participación social es un ser que ignora la cuestión social y las consecuencias humanas de ella, es decir, el origen de la pobreza y la desigualdad.
Ahora que lo pienso y al calor de una desmesura que, al igual que en el caso de mi amiga, no es sino un rechazo a la medianía, pienso que, tal vez el déficit de participación social de quienes trabajan en lo social se debe únicamente al exceso de mala educación de las capas medias.
Ángel Marroquín
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