miércoles, 15 de diciembre de 2010

Imposibilidades del asistencialismo.

Una de las muchas imposibilidades que persiguen al Trabajo Social es la del asistencialismo.

Esta práctica es definida por sus muchos y variopintos detractores como: “una forma de asistencia donde el destinatario es meramente un receptor de algún producto que se le da bien, servicio, subsidio” (…) “se hace mucho hincapié en que el asistencialismo crea una clara situación de dependencia del individuo o grupos que lo reciben, que no promueve la dignidad, el desarrollo de proyectos, etc”. (MARGEN)

¿Es posible que se piense que existe alguna situación en la que las personas pierdan, de tal forma, su independencia? o, planteado de otra forma, ¿es posible suponer que las instituciones adquieren poder de control sobre las personas, a tal punto, que se vean transformadas estas en cosas “pasivas” y sin voluntad?.

A mi juicio el asistencialismo es un rótulo, una etiqueta que no hace sino ocultar un cierto déficit conceptual que lo produce. Rótulo quiere decir una reducción -extremadamente grave- más aún cuando es propagada por aquellos que llevan adelante prácticas sociales en contextos no reductibles.

La asistencia, entendida como origen del “ismo”, ha seguido un curso político, ético, conceptual y, sobre todo, epistemológico que es muy difícil de soslayar. Desde las prácticas caritativas propugnadas por la Iglesia Católica, pasando por el Estado de bienestar, hasta la actualidad, es posible observar un crescendo de prácticas de asistencia cada vez más sofisticadas conceptual, teórica y técnicamente.

¿Desde donde emerge pues el prurito asistencialista?.

Sin dudas se plantea, al menos desde dos dimensiones: 1) una dimensión política, que asocia las prácticas asistencialistas a “lo contrario” a lo que se podrían denominar, intervenciones vanguardistas, revolucionarias, libertarias etc. A quienes sostienen esta postura se les puede señalar que existen prácticas vanguardistas que no por eso dejan de ser conservadoras. De todas maneras, una práctica asistencialista no está necesariamente originada en un paradigma político concreto.

En segundo lugar, y mucho menos extemporáneos suenan quienes llaman asistencialistas a las intervenciones que: “ofrecen a las personas, cosas que ellas no pueden rechazar”, es decir, que actuarían “coptando” a las personas y anulando su voluntad.

Lamentablemente las cosas no resultan sencillas cuando no se las quiere simplificar.

La intervención social es siempre y bajo todo punto de vista, una oferta. Asumir radicalmente este presupuesto quiere decir que las personas siempre (mal que les pese a quienes pretenden salvar a las personas a través de acciones de caridad, burocracia organizada o emprendimientos sociales tipo ONGs) pueden SIEMPRE decir No.

El asistencialismo es, a mi juicio, una forma de solipsismo institucional, es decir, es una práctica más cercana a las instituciones y que especialmente atañe a sus concepciones teóricas, que a lo que sucede a las personas con las ofertas que se les hacen.

Negar que las personas puedan elegir entre lo que poseen (que nunca es nada) y lo que desean, es negar el motor principal del cambio en la sociedad y en las personas.

Si algo hace a las personas, personas, es justamente su libertad y si algo hace a las instituciones son sus limitaciones íntimas, entre las que habita el llamado mito asistencialista.





Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

1 comentario:

Antonio Muñoz Mayne-Nicholls dijo...

justamente, dentro de la sinergia de la intervencion social perdemos la perspectiva del otro como dueño de su futuro y sobre todo de su presente. Si mantuvieramos este precepto en todas las acciones, seria menos dificl hayar el curso de hacia que aguas queremos navegar... si en las costas seguras del asistencialismo o internarnos en el mar abierto de las posibilidades infintas, jeje.
saludos