Si nos preguntamos hoy acerca de la alteridad, de esa inconcluyente posibilidad de ser Otro, es porque el flujo económico de la palabra ha alcanzado una insospechada preponderancia. Es así como aparece la referencia al Otro subordinada a la productividad económico discursiva que parece ser la matriz, el origen hacia donde regresan, encaminándose, las frases y sentidos circulantes.
Conflictos bélicos prolongados e irreductibles, crisis ambientales irreversibles, tensiones migratorias crecientes y la productividad subjetiva desbocada de los medios (imaginaciones teledirigidas), configuran una realidad efectiva, patente, que nos obliga a pronunciarnos ahora acerca de lo mutuo y de la posibilidad de vivir juntos.
Los comunicados administrativos no alcanzan a notificar diariamente acerca de las violaciones y reparos que se acumulan en el trato diario con ese Otro subordinado al interés. No es vano hablar, una vez más, entonces, acerca del contacto más allá del análisis separatista, la taxidermia estudiantil y especialmente de aquel discurso ingenuamente homogéneo y correcto que se impone desde los centro académicos que no han palpado aquello que aluden grandilocuentemente en pos de algún mezquino interés monetario o prebendas de prestigios decadentes.
En este sentido opino que hoy es imposible buscar coherentemente aproximaciones lógico-metodológicas al tema, sin indagar desde perspectivas poético/experienciales sobre la interpretación del suceso. Hoy más que nunca la historia es la narración de un sujeto y sobre todo un asunto estético personal.
Diremos entonces, que la alteridad nos impele a narrar lo común, la co-existencia como atmósfera, lo mutuo como densidad.
La densidad de lo mutuo.
Los amantes, una referencia, un hito, acerca de la perfección en el trato, Uno y Otro se encuentran puestos en el derrotero de una única vía, en el tacto común y también en el daño.
Es entonces cuando, lo mutuo, se nos aparece como una zona de tensiones y como productora de ambivalencias. Para conjurar el rendimiento de la maquinaria (espejo) que configura esa demarcación es que nos preguntamos, ¿De qué forma sucede lo mutuo respecto a cada uno de ellos? Y sobre todo ¿Cómo sucede a ambos?, ¿Dónde se encuentra la confluencia y dónde la separación?.
Incardinar no es solo un verbo, es una acción, emana desde lo mutuo, desde el deseo, la filiación (como adscripción y participación en lo mutuo) concurre con posterioridad. Diríamos, pues, que ella únicamente da cuenta de lo dicho en la fusión de horizontes momentánea, en la evanescencia del encuentro, en la fricción de la palabra que es contenida en la ambivalencia.
La materialidad de una decisión habla previamente de aquello que la engendró.
El daño habita lo mutuo, (no como reverso sino como lo mutuo propio) constituye una forma de nombrar una zona tomada, invadida en el trasiego del viaje diario, el daño se aprende amando, constituye la geografía delimitante de lo mutuo. Si me dañan ya he logrado aprender a dañar, si me ignoran sé, pues, ignorar. La continuidad está allí donde anida el peligro y también las circunvalaciones desafortunadas que llevan al callejón de la ciudad opaca y misma cada vez: hastío sin nombre ni referencias posibles.
El daño abre y cierra cualquier imposibilidad, corrige y denota el rastro de lo mutuo, se incardina a la confluencia de ambos participantes originarios de lo mutuo, llama a la conjura, a la rebeldía del hombre que permanece solo en casa sola.
Conflictos bélicos prolongados e irreductibles, crisis ambientales irreversibles, tensiones migratorias crecientes y la productividad subjetiva desbocada de los medios (imaginaciones teledirigidas), configuran una realidad efectiva, patente, que nos obliga a pronunciarnos ahora acerca de lo mutuo y de la posibilidad de vivir juntos.
Los comunicados administrativos no alcanzan a notificar diariamente acerca de las violaciones y reparos que se acumulan en el trato diario con ese Otro subordinado al interés. No es vano hablar, una vez más, entonces, acerca del contacto más allá del análisis separatista, la taxidermia estudiantil y especialmente de aquel discurso ingenuamente homogéneo y correcto que se impone desde los centro académicos que no han palpado aquello que aluden grandilocuentemente en pos de algún mezquino interés monetario o prebendas de prestigios decadentes.
En este sentido opino que hoy es imposible buscar coherentemente aproximaciones lógico-metodológicas al tema, sin indagar desde perspectivas poético/experienciales sobre la interpretación del suceso. Hoy más que nunca la historia es la narración de un sujeto y sobre todo un asunto estético personal.
Diremos entonces, que la alteridad nos impele a narrar lo común, la co-existencia como atmósfera, lo mutuo como densidad.
La densidad de lo mutuo.
Los amantes, una referencia, un hito, acerca de la perfección en el trato, Uno y Otro se encuentran puestos en el derrotero de una única vía, en el tacto común y también en el daño.
Es entonces cuando, lo mutuo, se nos aparece como una zona de tensiones y como productora de ambivalencias. Para conjurar el rendimiento de la maquinaria (espejo) que configura esa demarcación es que nos preguntamos, ¿De qué forma sucede lo mutuo respecto a cada uno de ellos? Y sobre todo ¿Cómo sucede a ambos?, ¿Dónde se encuentra la confluencia y dónde la separación?.
Incardinar no es solo un verbo, es una acción, emana desde lo mutuo, desde el deseo, la filiación (como adscripción y participación en lo mutuo) concurre con posterioridad. Diríamos, pues, que ella únicamente da cuenta de lo dicho en la fusión de horizontes momentánea, en la evanescencia del encuentro, en la fricción de la palabra que es contenida en la ambivalencia.
La materialidad de una decisión habla previamente de aquello que la engendró.
El daño habita lo mutuo, (no como reverso sino como lo mutuo propio) constituye una forma de nombrar una zona tomada, invadida en el trasiego del viaje diario, el daño se aprende amando, constituye la geografía delimitante de lo mutuo. Si me dañan ya he logrado aprender a dañar, si me ignoran sé, pues, ignorar. La continuidad está allí donde anida el peligro y también las circunvalaciones desafortunadas que llevan al callejón de la ciudad opaca y misma cada vez: hastío sin nombre ni referencias posibles.
El daño abre y cierra cualquier imposibilidad, corrige y denota el rastro de lo mutuo, se incardina a la confluencia de ambos participantes originarios de lo mutuo, llama a la conjura, a la rebeldía del hombre que permanece solo en casa sola.