Ángel Alberto Marroquín Pinto
© Magíster Trabajo Social P.U.C
SE RECORDO quem fui, outrem me vejo
E o passado é un presente na lembrança,
Quem fui é alguém que amo
Porém somente em sonho,
E a saudade que me aflige a mente
Nao é de mim nem do passado visto,
Senao de quem habito
Por tras dos olhos cegos,
Nada, senao o instante, me conhece,
Minha mesma lembrança é nada, e sinto
Que quem sou e quem fui
Sao sonhos diferentes[1]
RICARDO REIS
Es posible rastrear el concepto de identidad desde diferentes tradiciones y perspectivas, todas ellas en tensión por los propios desarrollos y devenires teóricos de los autores que los representan frente al quiebre y la emergencia del pensamiento posmetafísco que caracteriza a la segunda mitad del siglo XX.
Sin perjuicio de ello, alrededor del debate actual acerca de la globalización, encontramos un área específicamente referida a ella (como contexto epocal que obliga a las ciencias sociales a enunciar sus contradicciones) y que permite, a su vez, situar la identidad como una temática delimitable y elusiva a la vez.
Esta controversia respecto a la identidad desarrolla, en el contexto europeo, el siguiente argumento: por una parte hay quienes sostienen que la globalización económica y cultural habría fragmentado las identidades nacionales por lo que hoy el sujeto se encontraría en situación de dislocación y obligado, en ese, contexto a construir su identidad personal en un medio influido por fuerzas que se encontrarían fuera de él mismo y de las que no posee control (GIDDENS:).
Otra línea argumentativa sostiene, más bien en forma crítica a la primera, que es posible ver en este proceso creciente de fragmentación la emergencia de nuevas identidades contra hegemónicas y la emergencia de nuevos sujetos y, a su vez, la “recomposición de estructuras en torno a puntos nodales particulares de articulación (LACLAU:) y (MOUFFE).
Es posible pues sostener que el concepto de identidad alude a una articulación, un “entre” el sujeto y un sistema social en transformación. Vamos ahora más allá de esta consideración preliminar y hundámonos un poco en esta relación.
Milan Kundera señala, en su ensayo El Telón, del año 2005, lo siguiente: “Al igual que una mujer que se maquilla antes de correr hacia su primera cita, el mundo, cuando acude a nosotros en el momento en que nacemos, ya está maquillado, enmascarado, preinterpretado. Y los conformistas no serán los únicos en no darse cuenta; los seres rebeldes, ávidos de oponerse a todo y a todos, no se dan cuanta hasta que punto ellos mismos son obedientes; sólo se rebelarán contra lo que ha sido interpretado (preinterpretado) como motivo digno de rebelión”. (KUNDERA: 2005: 115)
La identidad entonces, si seguimos el pensamiento de Kundera, precede al pensamiento y, a su vez, constituye el punto de partida y final del problema hermenéutico a la manera de la cinta de Moebio. Sin embargo para evitar la identificación con en propio pensamiento planteando un dilema ficticio, es preciso situar la noción de sujeto en su devenir conceptual.
Respecto a la noción de sujeto, en el pensamiento occidental del siglo XX, es posible circunscribir cinco grandes ejes críticos que delimitan lo que es posible entender actualmente como identidad. Todas ellas surgen como respuesta crítica respecto al sujeto cartesiano y a la razón occidental en él basada:
La tradición marxista. Cuando Marx afirmaba que “los hombres hacen la historia, sobre las condiciones que les son dadas” ponía en tensión el principio de la supremacía individual sobre las condiciones históricas del cambio, en este sentido Althusser afirmará, interpretando a Marx, que es posible de ello desprender que: por una parte el hombre posee una esencia universal y, por otra parte, que esa esencia radica en cada sujeto singular. Básicamente esta crítica está puesta en relación a situar al sujeto más allá del idealismo y situarlo en condiciones históricas específicas.
Los aportes desarrollados desde Freud. La teoría del inconsciente de Freud abrió las puertas a la consideración de la identidad ya que planteó que la estructura del ser humano halla sus raíces en procesos psíquicos y simbólicos radicados en el inconsciente y que éste funciona con lógicas diferentes a la razón tradicionalmente concebida desde Desacartes. Por otra parte Freud, y los desarrollos desde el psicoanálisis (Jung y su noción de mundo simbólico, Lacan y su noción de otro significante), lograron demostrar con posterioridad que la identidad constituye una formación que se da a lo largo del tiempo y especialmente a partir de procesos inconscientes, por lo que no constituye algo dado que tenga una existencia anterior al sujeto y que pueda ser determinado en forma previa a esa consideración.
Contribuciones de la lingüística estructural. Ferdinand Saussure y la lingüística estructural van a señalar que el hombre moderno no es autor de las afirmaciones que hace ni de los significados que les atribuye al enunciarlas, sino que la lengua constituye un sistema de reglas y significados que se encuentran en la cultura. En este sentido la lengua es un sistema social y no individual, que a su vez preexiste a los sujetos. De esto se desprende que, el sujeto, al utilizar la lengua no expresa pensamientos propios sino que activa un sistema de significados establecidos previamente.
Los aportes de Michel Foucault. A lo largo del examen de la constitución genealógica del sujeto moderno, Foucault identificó un nuevo tipo de poder que emergió con la modernidad: el poder disciplinar que cambió el desarrollo del siglo XX. El foco de atención del poder disciplinar encuentra su objeto en la regulación, vigilancia y, finalmente en el gobierno de la población y en segundo lugar del cuerpo a éste último le llamó biopoder. La marca de esta construcción moderna del sujeto es posible rastrearla en la constitución de instituciones como la clínica, manicomios y cárceles y hospicios y tiene como objetivo mantener las condiciones de salud, higiene y control: mantener el cuerpo social sano y dócil.
El impacto del movimiento feminista. Con la emergencia del movimiento feminista de los años sesenta surge, en la modernidad tardía, la política de la identidad, ponen en tensión la idea de un ámbito privado y uno publico respecto a la acción política (lo personal es político, decían) y también señalaron que los sujetos son producidos subjetivamente a partid de generas con identidades propias asignadas socialmente (hombre, mujer, niños, niñas etc)
Estos ejes críticos constituyen, a su vez, dispositivos de observación y análisis desde los que plantear un tipo de relación del sujeto con el sistema. Sin perjuicio de ello es un análisis politológico acerca de la idea de nación quien nos brinda el sustento empírico necesario para considerar la identidad como un fenómeno social.
Las culturas nacionales constituyen un fenómeno distintivamente moderno. Esta formación generó la construcción de una lengua común, sistemas educativos destinados a su reproducción, tradiciones e instituciones nacionales y, en fin, una noción de identidad afincada en la homogeneidad cultural cuya expresión culmine fue el país, entendido como yuxtaposición entre la nación y la identidad.
Es así como, para Giovanni Sartori, en su texto Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros del año 2001 señala este proceso: “El Estado-nación ha sido, pues, el principio organizativo unificador del Estado moderno -sólo o sobre todo en Europa- durante menos de dos siglos. Al principio, y a partir de la Edad Media, las nationes eran las lenguas. La nación alemana era aquellos que hablaban en alemán, y así para todas las demás. El Estado-nación fue concebido por el romanticismo –porque la ilustración fue cosmopolita-y se como una entidad orgánica (evocada por nociones como “espíritu del pueblo”, de Volksgeist y de Volkseele, radicada en un mítico, lejano pasado reforzada –con la revolución Francesa- por la pasión patriotica, y aún más reforzada-en su versión extrema-por una “identidad de sangre” (racial y, por lo tanto, a no confundir con el inocuo principio juridico del ius sanguinis). (SARTORI:2001:44)
Sin perjuicio de ello es dable señalar, a su vez, que esta homogeneidad nunca logró suturar, unir, la diferencia, la diversidad en que descansa el conjunto de comunidades en que pretendió cimentarse la idea de nación, sin que por ello se halla visto en posición de articular diversos juegos de poder institucionales y de dominación cultural destinados a señalar una identidad nacional como la dominante. De ello se desprende que la idea de nación constituya un vórtice o punto de tensión geopolítico permanente.
A la luz de los aportes conceptuales modernos, brevemente reseñados mas arriba, es posible señalar que la identidad nacional puede ser concebida según Stuar Hall como un conjunto de símbolos y representaciones que cristalizan en una narración, es decir, una forma de construir sentidos que permite organizar las acciones del sujeto y las concepciones que éste tiene acerca de sí mismo.
En este sentido la identidad nacional se “identifica” con un discurso acerca de sí misma en la que encuentran articulación las historias imaginadas por sus habitantes, actúa, entonces, como una fuente de significados y un foco de identificación de los sujetos respecto a ella en la narración de sí mismos hacen los sujetos.
Si la identidad es una narración ¿Es posible plantear que su formación se da, se brinda en un espacio político intersubjetivo?.
Habermas plantea que en la práctica comunicativa cotidiana las personas hacen, construyen narraciones acerca de lo que les sucede en el mundo de la vida: estas practicas comunicativas dirá Haberlas: con independencia de cubrir las necesidades triviales de entendimiento de miembros que han de coordinar su acción, cumple, a su vez, una función para la autocomprensión de los seres humanos ya que: sólo podrán desarrollar una identidad personal si se dan cuenta de que la secuencia de sus propias acciones constituye una vida susceptible de narrarse, y sólo podrán desarrollar una identidad social si se dan cuenta de que a través de su participación en las interacciones mantienen su pertenencia a los grupos sociales y de que con esa pertenencia se hallan involucrados en la historia narrativamente exponible de los colectivos (HABERMAS 1990:194).
Ahora si la globalización como movimiento que genera una ruptura respecto las identidades nacionales: ¿No es acaso el grupo, la comunidad aquel especio más tensionado por las lógicas fragmentadoras de la globalización y la identidad el nexo en el que convergen esas tensiones?
Un poco más adelante Habermas señalará, respecto a los colectivos que éstos: “sólo mantienen su identidad en la medida en que las representaciones que de su mundo de la vida se hacen sus miembros se solapan suficientemente, condensándose en convicciones de fondo de carácter aproblemático” (Ibid:194)
Frente a ello es posible nuevamente preguntarnos acerca de la naturalización de la fragmentación como contenido aproblemático en mundo de la vida, máxime cuando la acción del sistema institucional incide sobre él a través de la política social creando realidad a través de su lenguaje.
Las prácticas sociales institucionales son discursivas y cristalizan en dispositivos temáticos que encuentran su correlato en el mundo de la vida, en el paso de la política social, a través de la acción sobre grupos y comunidades prioritarias y desde las que se coloniza institucionalmente. Las lógicas institucionales se rigen por principios y objetivos que con gran dificultad loran incorporar una dimensión subjetiva que se vuelve cada vez más relevante como barómetro del éxito político de la gestión política como señalan las evaluaciones diseñadas para Chilesolidario o el programa Chilebarrios programas sociales pioneros (paradojamente) en Chile respecto a la incorporación de una perspectiva de derechos para sus usuarios.
Con esto no quiero señalar que exista una relación unidimensional entre la política social y el mundo de la vida, sino que señalo que la primera se articula en función de practicas simbólicas y materiales y brinda como resultado indicadores de calidad que con dificultad logran calificar la dimensión subjetiva de su acción en las comunidades ya que están articuladas, diseñadas como estrategias técnicas y políticas únicamente, es decir, se construyen sobre supuestos que no consideran el cambio ni la movilidad en lo social como espacio de complejidad sustantivo de los nuevos escenarios en los que buscan situarse.
Frente a ello sostengo que la alteridad constituye una dimensión implícita en el obrar de la acción estatal que, al decir, enunciar lo social puede fragmentar aún más identidades comunitarias que deben hacer frente, con precariedad, a procesos sociales generados en contextos globales y que las ponen (a las localidades, en tensiones para las que cuentan difícilmente con herramientas a las que hacer frente). Este movimiento resulta ambivalente en la medida que comporta principios y sentidos difícilmente regulables sin un planteamiento ético explicitado en forma clara.
Para la filosofía política contemporánea resulta inequívoco que la reflexión en lo social se sostiene sobre un componente ético insoslayable (prueba de ello es el debate entre comunitaristas y liberales respecto a lo que Taylor denomina política del reconocimiento) y a su vez que debe lidiar con requerimientos conceptuales vigorosos, como el de historia y cambio social, heredados de la modernidad tardía.
¿Es posible un pensamiento posmetafísico que incorpore una reflexión ética y que a su vez revele el sentido del cambio?. Sin duda la respuesta es positiva. Sin perjuicio de ello nuevamente nos preguntamos: ¿Contienen las prácticas institucionales contenidos que vallan más allá de consideraciones instrumentales y que apunten a dar cuenta de la fragmentación de lo social?
La migración es un fenómeno que pone en tensión los presupuestos nacionales respecto a la política social cimentados y recreados a partir de un concepto de estado nación anclado en el siglo XIX. Sin embargo el estado se debe plantear frente a los requerimientos del mercado y actuar (respecto a la población migrante) reconociendo la diversidad de su composición sociodemográfica empujado por los hechos. En este sentido el estado siempre se verá sobrepasado por los hechos y sin embargo deberá permanecer dispuesto a actuar administrativamente sobre estos ya sea con medidas específicas (paliativas o de promoción) o con la abstención.
Existen dos perspectivas conceptuales que recogen ésta tensión: por una parte el asimilacionismo (aplicado fundamentalmente en Francia y el multiculturalismo de origen canadiense), ambas perspectivas operan desde la institucionalidad para responder a la fragmentación social que evidencia la migración para el estado nación.
Más allá del plano experiencial de ambas formas de comprender y actuar desde el estado es imprescindible procurar comprenderlas desde la idea del Otro en que se cimientan, es decir desde el espacio de alteridad que diseñan.
Perspectiva asimilacionista
La identidad de una minoría, según Pierre George, se basa en su memoria colectiva, que es inseparable de sus particularidades etnoculturales, en la mantención de esta identidad, señala, confluyen tres procesos:
En primer lugar la perdida de la identidad debido a la dilución en la cultura de la población ambiente, lo cual supone una adopción total de los signos y de los símbolos del medio circundante o un sincretismo integrante a una civilización abierta a los individuos de una y otra cultura.
En segundo lugar la coexistencia de colectividades distintas dentro de un mismo modo de vida, simbolizado por una única lengua de comunicación, las mismas formas de actividad y de consumo, la misma escala social, pero que conservan una parte de su patrimonio cultural, especialmente la religión y los usos con ella relacionados; en este caso se trata de la doble cultura, tal como está representada por diversas colectividades integradas en la sociedad norteamericana.
Finalmente la conservación en el seno de una etnocultura numéricamente y en general también políticamente dominante, del máximo de experiencias surgidas del tronco original, sin que jamás la minoría pueda prescindir de hacer concesiones al hecho mayoritario representado por el aparato de estado.
Estos procesos, según el autor, muestran que la identidad es un fenómeno histórico con fases de desigual intensidad, muy sensibles a todas las variaciones de la coyuntura y, por otra parte, que la toma de conciencia de pertenecer a una minoría es el punto de partida de la reivindicación de unos derechos que reconozcan su existencia y su especificidad.(GEORGE:1985:23 y 24)
Pespectiva Multicultural
Para Kymlicka, autor que se adscribe a la corriente filosófica liberal, el término multiculturalismo abarca formas muy diferentes de pluralismo cultural, cada una de las cuales plantea sus propios desafíos. Divide la diversidad cultural derivada de la migración entre aquella que:
1) Surge de la incorporación de culturas, que previamente disfrutaban de autogobierno y estaban territorialmente concentradas en un Estado mayor (minorías nacionales) ellas, sostiene, desean seguir siendo sociedades distintas respecto a la cultura mayoritaria de la que forman parte (exigen autonomía o autogobierno para seguir siendo sociedades distintas.
2) Aquellas que surgen de la inmigración individual y familiar. Estos emigrantes acostumbran a unirse en asociaciones poco rígidas y evanescentes, que denomina “grupos étnicos”. Para el autor, desean integrarse a la sociedad de la que forman parte y que esta les acepte como miembros de pleno derecho de la misma (KYMLICKA 1995:26).
Si bien la diversidad cultural que compone la ciudad posee dos fuentes, a su vez, la ciudadanía que se desprende de cada una de ellas seguirá derroteros disímiles. Es así como la fuente de diversidad cultural asociada a la migración manifiesta su especificidad en formas de conducta familiares y asociativas, sin nexos con la tierra natal y buscará un tipo de integración marcadamente anti institucionalista por lo que su campo de lucha estará marcado por la sensibilización respecto a la política publica para que ésta se sensibilice respecto a su situación y se haga permeable a sus requerimientos.
De ambos enfoques es posible colegir que la alteridad, en el caso asimilacionista resulta de la conjugación de variados procesos identitarios y en este sentido se propone enfatizar su análisis y practica a través de la subordinación de una cultura a la otra. Por otro lado, esta perspectiva enfatiza la noción de conciencia identitaria como articulación simbólica desde la que se ejecuta la integración.
Del multiculturalismo se desprende que las minorías étnicas constituyen una respuesta a la migración en la sociedad de acogida por lo que la alteridad descansa en un componente institucional, es decir, la integración institucional es vista como una respuesta y la organización étnica como un requerimiento para la ciudadanía en la sociedad de acogida.
Bibliografía
Geopolítica de las minorías. George Pierre. OIKOS-TAU Ediciones. Barcelona España 1985.
Giddens Anthony. La Transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Cátedra.
Habermas Jurgen. Teoría de la acción comunicativa. Tomo II. Crítica de la razón funcionalista. Editorial Taurus Madrid España 1990.
Hall Stuart A identidades cultural na pósmodenidade.DP&A Editora. Rio de Janeiro. 2005.
Kundera Milan El telón Ensayo en siete partes. Editorial Tusquets. Madrid España. 2005.
Kymlicka Willl Ciudadanía multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías. Paidos. España. 1996.
Kymlicka Willl La política vernácula. Nacionalismo, multiculturalismo y ciudadanía. Paidos. Buenos Aires. Argentina. 2003.
Sartori Giovanni. La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Taurus.2001.
[1] SI RECUERDO quien fui, otro me veo,/ y el pasado es un presente en el recuerdo./ Quien fui es alguien que amo / aunque tan solo en sueños. / Y la saudade que me aflige la mente / No es de mí ni del pasado visto, / sino de quien habito / tras los ojos ciegos. / Nada, salvo el instante, me conoce. / Y mi mismo recuerdo es nada, y siento / que quien soy y quien fui / son sueños diferentes.
Ricardo Reis
© Magíster Trabajo Social P.U.C
SE RECORDO quem fui, outrem me vejo
E o passado é un presente na lembrança,
Quem fui é alguém que amo
Porém somente em sonho,
E a saudade que me aflige a mente
Nao é de mim nem do passado visto,
Senao de quem habito
Por tras dos olhos cegos,
Nada, senao o instante, me conhece,
Minha mesma lembrança é nada, e sinto
Que quem sou e quem fui
Sao sonhos diferentes[1]
RICARDO REIS
Es posible rastrear el concepto de identidad desde diferentes tradiciones y perspectivas, todas ellas en tensión por los propios desarrollos y devenires teóricos de los autores que los representan frente al quiebre y la emergencia del pensamiento posmetafísco que caracteriza a la segunda mitad del siglo XX.
Sin perjuicio de ello, alrededor del debate actual acerca de la globalización, encontramos un área específicamente referida a ella (como contexto epocal que obliga a las ciencias sociales a enunciar sus contradicciones) y que permite, a su vez, situar la identidad como una temática delimitable y elusiva a la vez.
Esta controversia respecto a la identidad desarrolla, en el contexto europeo, el siguiente argumento: por una parte hay quienes sostienen que la globalización económica y cultural habría fragmentado las identidades nacionales por lo que hoy el sujeto se encontraría en situación de dislocación y obligado, en ese, contexto a construir su identidad personal en un medio influido por fuerzas que se encontrarían fuera de él mismo y de las que no posee control (GIDDENS:).
Otra línea argumentativa sostiene, más bien en forma crítica a la primera, que es posible ver en este proceso creciente de fragmentación la emergencia de nuevas identidades contra hegemónicas y la emergencia de nuevos sujetos y, a su vez, la “recomposición de estructuras en torno a puntos nodales particulares de articulación (LACLAU:) y (MOUFFE).
Es posible pues sostener que el concepto de identidad alude a una articulación, un “entre” el sujeto y un sistema social en transformación. Vamos ahora más allá de esta consideración preliminar y hundámonos un poco en esta relación.
Milan Kundera señala, en su ensayo El Telón, del año 2005, lo siguiente: “Al igual que una mujer que se maquilla antes de correr hacia su primera cita, el mundo, cuando acude a nosotros en el momento en que nacemos, ya está maquillado, enmascarado, preinterpretado. Y los conformistas no serán los únicos en no darse cuenta; los seres rebeldes, ávidos de oponerse a todo y a todos, no se dan cuanta hasta que punto ellos mismos son obedientes; sólo se rebelarán contra lo que ha sido interpretado (preinterpretado) como motivo digno de rebelión”. (KUNDERA: 2005: 115)
La identidad entonces, si seguimos el pensamiento de Kundera, precede al pensamiento y, a su vez, constituye el punto de partida y final del problema hermenéutico a la manera de la cinta de Moebio. Sin embargo para evitar la identificación con en propio pensamiento planteando un dilema ficticio, es preciso situar la noción de sujeto en su devenir conceptual.
Respecto a la noción de sujeto, en el pensamiento occidental del siglo XX, es posible circunscribir cinco grandes ejes críticos que delimitan lo que es posible entender actualmente como identidad. Todas ellas surgen como respuesta crítica respecto al sujeto cartesiano y a la razón occidental en él basada:
La tradición marxista. Cuando Marx afirmaba que “los hombres hacen la historia, sobre las condiciones que les son dadas” ponía en tensión el principio de la supremacía individual sobre las condiciones históricas del cambio, en este sentido Althusser afirmará, interpretando a Marx, que es posible de ello desprender que: por una parte el hombre posee una esencia universal y, por otra parte, que esa esencia radica en cada sujeto singular. Básicamente esta crítica está puesta en relación a situar al sujeto más allá del idealismo y situarlo en condiciones históricas específicas.
Los aportes desarrollados desde Freud. La teoría del inconsciente de Freud abrió las puertas a la consideración de la identidad ya que planteó que la estructura del ser humano halla sus raíces en procesos psíquicos y simbólicos radicados en el inconsciente y que éste funciona con lógicas diferentes a la razón tradicionalmente concebida desde Desacartes. Por otra parte Freud, y los desarrollos desde el psicoanálisis (Jung y su noción de mundo simbólico, Lacan y su noción de otro significante), lograron demostrar con posterioridad que la identidad constituye una formación que se da a lo largo del tiempo y especialmente a partir de procesos inconscientes, por lo que no constituye algo dado que tenga una existencia anterior al sujeto y que pueda ser determinado en forma previa a esa consideración.
Contribuciones de la lingüística estructural. Ferdinand Saussure y la lingüística estructural van a señalar que el hombre moderno no es autor de las afirmaciones que hace ni de los significados que les atribuye al enunciarlas, sino que la lengua constituye un sistema de reglas y significados que se encuentran en la cultura. En este sentido la lengua es un sistema social y no individual, que a su vez preexiste a los sujetos. De esto se desprende que, el sujeto, al utilizar la lengua no expresa pensamientos propios sino que activa un sistema de significados establecidos previamente.
Los aportes de Michel Foucault. A lo largo del examen de la constitución genealógica del sujeto moderno, Foucault identificó un nuevo tipo de poder que emergió con la modernidad: el poder disciplinar que cambió el desarrollo del siglo XX. El foco de atención del poder disciplinar encuentra su objeto en la regulación, vigilancia y, finalmente en el gobierno de la población y en segundo lugar del cuerpo a éste último le llamó biopoder. La marca de esta construcción moderna del sujeto es posible rastrearla en la constitución de instituciones como la clínica, manicomios y cárceles y hospicios y tiene como objetivo mantener las condiciones de salud, higiene y control: mantener el cuerpo social sano y dócil.
El impacto del movimiento feminista. Con la emergencia del movimiento feminista de los años sesenta surge, en la modernidad tardía, la política de la identidad, ponen en tensión la idea de un ámbito privado y uno publico respecto a la acción política (lo personal es político, decían) y también señalaron que los sujetos son producidos subjetivamente a partid de generas con identidades propias asignadas socialmente (hombre, mujer, niños, niñas etc)
Estos ejes críticos constituyen, a su vez, dispositivos de observación y análisis desde los que plantear un tipo de relación del sujeto con el sistema. Sin perjuicio de ello es un análisis politológico acerca de la idea de nación quien nos brinda el sustento empírico necesario para considerar la identidad como un fenómeno social.
Las culturas nacionales constituyen un fenómeno distintivamente moderno. Esta formación generó la construcción de una lengua común, sistemas educativos destinados a su reproducción, tradiciones e instituciones nacionales y, en fin, una noción de identidad afincada en la homogeneidad cultural cuya expresión culmine fue el país, entendido como yuxtaposición entre la nación y la identidad.
Es así como, para Giovanni Sartori, en su texto Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros del año 2001 señala este proceso: “El Estado-nación ha sido, pues, el principio organizativo unificador del Estado moderno -sólo o sobre todo en Europa- durante menos de dos siglos. Al principio, y a partir de la Edad Media, las nationes eran las lenguas. La nación alemana era aquellos que hablaban en alemán, y así para todas las demás. El Estado-nación fue concebido por el romanticismo –porque la ilustración fue cosmopolita-y se como una entidad orgánica (evocada por nociones como “espíritu del pueblo”, de Volksgeist y de Volkseele, radicada en un mítico, lejano pasado reforzada –con la revolución Francesa- por la pasión patriotica, y aún más reforzada-en su versión extrema-por una “identidad de sangre” (racial y, por lo tanto, a no confundir con el inocuo principio juridico del ius sanguinis). (SARTORI:2001:44)
Sin perjuicio de ello es dable señalar, a su vez, que esta homogeneidad nunca logró suturar, unir, la diferencia, la diversidad en que descansa el conjunto de comunidades en que pretendió cimentarse la idea de nación, sin que por ello se halla visto en posición de articular diversos juegos de poder institucionales y de dominación cultural destinados a señalar una identidad nacional como la dominante. De ello se desprende que la idea de nación constituya un vórtice o punto de tensión geopolítico permanente.
A la luz de los aportes conceptuales modernos, brevemente reseñados mas arriba, es posible señalar que la identidad nacional puede ser concebida según Stuar Hall como un conjunto de símbolos y representaciones que cristalizan en una narración, es decir, una forma de construir sentidos que permite organizar las acciones del sujeto y las concepciones que éste tiene acerca de sí mismo.
En este sentido la identidad nacional se “identifica” con un discurso acerca de sí misma en la que encuentran articulación las historias imaginadas por sus habitantes, actúa, entonces, como una fuente de significados y un foco de identificación de los sujetos respecto a ella en la narración de sí mismos hacen los sujetos.
Si la identidad es una narración ¿Es posible plantear que su formación se da, se brinda en un espacio político intersubjetivo?.
Habermas plantea que en la práctica comunicativa cotidiana las personas hacen, construyen narraciones acerca de lo que les sucede en el mundo de la vida: estas practicas comunicativas dirá Haberlas: con independencia de cubrir las necesidades triviales de entendimiento de miembros que han de coordinar su acción, cumple, a su vez, una función para la autocomprensión de los seres humanos ya que: sólo podrán desarrollar una identidad personal si se dan cuenta de que la secuencia de sus propias acciones constituye una vida susceptible de narrarse, y sólo podrán desarrollar una identidad social si se dan cuenta de que a través de su participación en las interacciones mantienen su pertenencia a los grupos sociales y de que con esa pertenencia se hallan involucrados en la historia narrativamente exponible de los colectivos (HABERMAS 1990:194).
Ahora si la globalización como movimiento que genera una ruptura respecto las identidades nacionales: ¿No es acaso el grupo, la comunidad aquel especio más tensionado por las lógicas fragmentadoras de la globalización y la identidad el nexo en el que convergen esas tensiones?
Un poco más adelante Habermas señalará, respecto a los colectivos que éstos: “sólo mantienen su identidad en la medida en que las representaciones que de su mundo de la vida se hacen sus miembros se solapan suficientemente, condensándose en convicciones de fondo de carácter aproblemático” (Ibid:194)
Frente a ello es posible nuevamente preguntarnos acerca de la naturalización de la fragmentación como contenido aproblemático en mundo de la vida, máxime cuando la acción del sistema institucional incide sobre él a través de la política social creando realidad a través de su lenguaje.
Las prácticas sociales institucionales son discursivas y cristalizan en dispositivos temáticos que encuentran su correlato en el mundo de la vida, en el paso de la política social, a través de la acción sobre grupos y comunidades prioritarias y desde las que se coloniza institucionalmente. Las lógicas institucionales se rigen por principios y objetivos que con gran dificultad loran incorporar una dimensión subjetiva que se vuelve cada vez más relevante como barómetro del éxito político de la gestión política como señalan las evaluaciones diseñadas para Chilesolidario o el programa Chilebarrios programas sociales pioneros (paradojamente) en Chile respecto a la incorporación de una perspectiva de derechos para sus usuarios.
Con esto no quiero señalar que exista una relación unidimensional entre la política social y el mundo de la vida, sino que señalo que la primera se articula en función de practicas simbólicas y materiales y brinda como resultado indicadores de calidad que con dificultad logran calificar la dimensión subjetiva de su acción en las comunidades ya que están articuladas, diseñadas como estrategias técnicas y políticas únicamente, es decir, se construyen sobre supuestos que no consideran el cambio ni la movilidad en lo social como espacio de complejidad sustantivo de los nuevos escenarios en los que buscan situarse.
Frente a ello sostengo que la alteridad constituye una dimensión implícita en el obrar de la acción estatal que, al decir, enunciar lo social puede fragmentar aún más identidades comunitarias que deben hacer frente, con precariedad, a procesos sociales generados en contextos globales y que las ponen (a las localidades, en tensiones para las que cuentan difícilmente con herramientas a las que hacer frente). Este movimiento resulta ambivalente en la medida que comporta principios y sentidos difícilmente regulables sin un planteamiento ético explicitado en forma clara.
Para la filosofía política contemporánea resulta inequívoco que la reflexión en lo social se sostiene sobre un componente ético insoslayable (prueba de ello es el debate entre comunitaristas y liberales respecto a lo que Taylor denomina política del reconocimiento) y a su vez que debe lidiar con requerimientos conceptuales vigorosos, como el de historia y cambio social, heredados de la modernidad tardía.
¿Es posible un pensamiento posmetafísico que incorpore una reflexión ética y que a su vez revele el sentido del cambio?. Sin duda la respuesta es positiva. Sin perjuicio de ello nuevamente nos preguntamos: ¿Contienen las prácticas institucionales contenidos que vallan más allá de consideraciones instrumentales y que apunten a dar cuenta de la fragmentación de lo social?
La migración es un fenómeno que pone en tensión los presupuestos nacionales respecto a la política social cimentados y recreados a partir de un concepto de estado nación anclado en el siglo XIX. Sin embargo el estado se debe plantear frente a los requerimientos del mercado y actuar (respecto a la población migrante) reconociendo la diversidad de su composición sociodemográfica empujado por los hechos. En este sentido el estado siempre se verá sobrepasado por los hechos y sin embargo deberá permanecer dispuesto a actuar administrativamente sobre estos ya sea con medidas específicas (paliativas o de promoción) o con la abstención.
Existen dos perspectivas conceptuales que recogen ésta tensión: por una parte el asimilacionismo (aplicado fundamentalmente en Francia y el multiculturalismo de origen canadiense), ambas perspectivas operan desde la institucionalidad para responder a la fragmentación social que evidencia la migración para el estado nación.
Más allá del plano experiencial de ambas formas de comprender y actuar desde el estado es imprescindible procurar comprenderlas desde la idea del Otro en que se cimientan, es decir desde el espacio de alteridad que diseñan.
Perspectiva asimilacionista
La identidad de una minoría, según Pierre George, se basa en su memoria colectiva, que es inseparable de sus particularidades etnoculturales, en la mantención de esta identidad, señala, confluyen tres procesos:
En primer lugar la perdida de la identidad debido a la dilución en la cultura de la población ambiente, lo cual supone una adopción total de los signos y de los símbolos del medio circundante o un sincretismo integrante a una civilización abierta a los individuos de una y otra cultura.
En segundo lugar la coexistencia de colectividades distintas dentro de un mismo modo de vida, simbolizado por una única lengua de comunicación, las mismas formas de actividad y de consumo, la misma escala social, pero que conservan una parte de su patrimonio cultural, especialmente la religión y los usos con ella relacionados; en este caso se trata de la doble cultura, tal como está representada por diversas colectividades integradas en la sociedad norteamericana.
Finalmente la conservación en el seno de una etnocultura numéricamente y en general también políticamente dominante, del máximo de experiencias surgidas del tronco original, sin que jamás la minoría pueda prescindir de hacer concesiones al hecho mayoritario representado por el aparato de estado.
Estos procesos, según el autor, muestran que la identidad es un fenómeno histórico con fases de desigual intensidad, muy sensibles a todas las variaciones de la coyuntura y, por otra parte, que la toma de conciencia de pertenecer a una minoría es el punto de partida de la reivindicación de unos derechos que reconozcan su existencia y su especificidad.(GEORGE:1985:23 y 24)
Pespectiva Multicultural
Para Kymlicka, autor que se adscribe a la corriente filosófica liberal, el término multiculturalismo abarca formas muy diferentes de pluralismo cultural, cada una de las cuales plantea sus propios desafíos. Divide la diversidad cultural derivada de la migración entre aquella que:
1) Surge de la incorporación de culturas, que previamente disfrutaban de autogobierno y estaban territorialmente concentradas en un Estado mayor (minorías nacionales) ellas, sostiene, desean seguir siendo sociedades distintas respecto a la cultura mayoritaria de la que forman parte (exigen autonomía o autogobierno para seguir siendo sociedades distintas.
2) Aquellas que surgen de la inmigración individual y familiar. Estos emigrantes acostumbran a unirse en asociaciones poco rígidas y evanescentes, que denomina “grupos étnicos”. Para el autor, desean integrarse a la sociedad de la que forman parte y que esta les acepte como miembros de pleno derecho de la misma (KYMLICKA 1995:26).
Si bien la diversidad cultural que compone la ciudad posee dos fuentes, a su vez, la ciudadanía que se desprende de cada una de ellas seguirá derroteros disímiles. Es así como la fuente de diversidad cultural asociada a la migración manifiesta su especificidad en formas de conducta familiares y asociativas, sin nexos con la tierra natal y buscará un tipo de integración marcadamente anti institucionalista por lo que su campo de lucha estará marcado por la sensibilización respecto a la política publica para que ésta se sensibilice respecto a su situación y se haga permeable a sus requerimientos.
De ambos enfoques es posible colegir que la alteridad, en el caso asimilacionista resulta de la conjugación de variados procesos identitarios y en este sentido se propone enfatizar su análisis y practica a través de la subordinación de una cultura a la otra. Por otro lado, esta perspectiva enfatiza la noción de conciencia identitaria como articulación simbólica desde la que se ejecuta la integración.
Del multiculturalismo se desprende que las minorías étnicas constituyen una respuesta a la migración en la sociedad de acogida por lo que la alteridad descansa en un componente institucional, es decir, la integración institucional es vista como una respuesta y la organización étnica como un requerimiento para la ciudadanía en la sociedad de acogida.
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[1] SI RECUERDO quien fui, otro me veo,/ y el pasado es un presente en el recuerdo./ Quien fui es alguien que amo / aunque tan solo en sueños. / Y la saudade que me aflige la mente / No es de mí ni del pasado visto, / sino de quien habito / tras los ojos ciegos. / Nada, salvo el instante, me conoce. / Y mi mismo recuerdo es nada, y siento / que quien soy y quien fui / son sueños diferentes.
Ricardo Reis