jueves, 19 de noviembre de 2009

Amor al arte y programas sociales

Redactar versos no es suficiente para ser considerado poeta; tampoco el mucho hacer lleva a los programas sociales a ser considerados como tales. Tal vez ambas afirmaciones sean comunes al sentido común, sin embargo, eso no las hace menos interesantes.

Son muchos los programas sociales que encuentran su justificación en el hacer, en este sentido resulta paradojal considerar lo mucho que se empeñan en producir servicios sociales y hacerlos llegar a sus cada vez más numerosos y expectantes destinatarios (como el niño que llevaba, en un recipiente, agua desde la orilla del mar a un agujero en la arena esperando cambiar de lugar el mar, según nos cuenta Santo Tomás). Cuanto más hacen estos programas, tanto más ven crecer las necesidades de sus destinatarios y más notoria se vuelve a su ojos la urgente demanda por sus servicios.

Para que un programa social sea considerado como tal debe explicitar su referencia a aquello que denomina como “lo social”. Esto impone lo que Teresa Matus llama requisitos de una intervención social fundada (MATUS:2005). En programas sociales también importa diferenciar los resultados, de los procesos que conducen a ellos. Por lo tanto, tan importante como el hacer, resulta el cómo se hace lo que se hace.

La pregunta por el cómo nos sitúa lejos del plano moral en que parecen descansar muchos programas sociales y que los lleva a justificar su excesivo hacer, en el mucho mal que les rodea y que les impele a la acción desmesurada.

¿Por qué entonces un programa social no hace lo que es importante y se dedica a hacer lo que es menos importante?.

Ante este punto las consideraciones pueden ser múltiples y, sin embargo, una es, a mi juicio, la razón fundamental: los administradores tienen la ilusión que el mucho hacer es evaluable, medible y esto, a fin de cuentas, es lo que reporta ingresos a la organización. De esto deben dar cuenta las evaluaciones finales, quiéranlo o no los programas.

Sin embargo, a nadie se le ocurría pensar que la reputación del programa social descansa más en el cómo se proveen servicios y no en los servicios mismos. A fin de cuentas la buena voluntad no es medible.

Por otra parte el mal hábito de pensar que lo cuantificable en los programas sociales (personas atendidas, horas profesionales, bienes proveídos por el programa, personas que han superado la línea de la pobreza etc), es lo fundamental y que el contenido intangible del programa (que se expresa en el hecho que existen formas diferentes para llegar a un mismo fin), llevan a que el dónde llegar sea considerado mucho más importante que el cómo llegar.
Ángel Marroquín

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