Tiendo a pensar, contra lo políticamente correcto, que la intervención social resulta contingente.
Es probable que el lector de estas líneas esté de acuerdo conmigo y, sin embargo, me agradaría provocarle a partir de algunas consecuencias más o menos radicales respecto a lo planteado, algo así como invitarlo a apurar un vaso –y no EL vaso-, hasta el fondo.
No lo hago porque piense que la provocación tenga un estatus propio (aún cuando, efectivamente, lo tiene), sino con el afán de desentumecer el pensamiento “unidimensional” que rodea y limita a quienes se afanan, con mayor o menor fortuna, hay que decirlo, en aquello que enigmáticamente se denomina como “lo social”. Las comillas son una concesión al pudor.
Contingente significa, según Aristóteles, que el ser de una existencia, la existencia de esa existencia, no es necesaria. En otras palabras significa que podría existir o no existir, que no hay razón para que exista o no exista. El estagirita añade una propiedad a lo contingente: se caracteriza por el movimiento, contrariamente a lo necesario que es inmóvil. La esencia –y no el accidente- de la intervención social es su contingencia.
¿Por qué motivo esta esencia se mantiene oculta y, por el contrario y a ojos vistas de usuarios, agentes financieros y burócratas, es tan necesario impulsar y apoyar iniciativas para combatir la pobreza, ayudar solidariamente etc etc?. En alguna parte existe una contradicción, alguien inclina la balanza hacia el intervenir.
Las organizaciones, empresas e instituciones estatales proyectan acciones (más o menos racionalmente, al menos eso nos gusta creer a nosotros), que impulsan cambios en lo social –que parece tener la propiedad de ser eternamente mutable-; para que esto sea posible deben, al decir de Saúl Karsz, volver solvente la miseria, es decir, visibilizarla para hacerla económicamente viable para la intervención. Esto explica por qué la intervención social no se despliega en cualquier escenario, sino que resulta altamente selectiva.
Este despliegue justificativo puede descansar sobre variados ejes: por una parte la fundamentación moral, la política y finalmente, la económica. Cada una de ellas podría caracterizar las áreas en que se invierte en intervención social actualmente: Estado, tercer sector y acción empresarial. Sin embargo no explican la incontinencia interventora que padecen.
Pienso que el carácter contingente de la intervención social permanece oculto porque el movimiento –aparente- que genera la intervención social, constantemente la proyecta hacia el futuro. Es este artilugio práctico/teórico el que permite evitar preguntar por la esencia contingente de la intervención. Es sabido que Sócrates desocupadamente ocupado preguntaba por las calles a los transeúntes acerca de los móviles y fundamentos que les impelían a una acción más espectacular que racional.
El carácter contingente de la intervención social emerge y se proyecta de su fundamentación racional. En este punto tiendo a observar, ante la ausencia de un cuestionamiento sobre lo que debe hacer efectivamente la intervención social, declaraciones del tipo: “la intervención social debe generar conocimiento”[1], o mejor: “debe promover valores éticos que contribuyan a crear un mundo mejor”, etc etc etc.
Lo que la intervención social debe hacer es intervención social y no otra cosa. Nada más, pero nada menos, en este sentido mesura discursiva y mensurabilidad son pilares fundamentales de aquello que los clientes pueden y deben exigir a las agencias.
La necesidad de intervenir en lo social es ilusoria y a esta altura la indignación moral frente a la miseria social, es un signo de mala fe.
Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile
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