Difícil escribir cuando Chile se encuentra devastado por un cataclismo como el que se sucedió la madrugada del 27 de febrero. Si me animo a hacerlo es porque, a pesar de la gravedad de lo que sucedió, la palabra fácil, el efecto propagandístico y la confusión, parecen campear en la televisión creando, a mi juicio, efectos nocivos.
Dos son los hechos que fijan mi atención en este primer momento: por una parte carreteras, edificios y hospitales que se derrumbaron y/o quedaron dañados y segundo, el pillaje y saqueo en diversas ciudades (y que obligaron a decretar un estado de sitio y toque de queda en la ciudad de Concepción, Cauquenes y Talca).
Acerca del primer punto es justo señalar que la magnitud del sismo era imprevisible, sin perjuicio de ello, muchas construcciones de las que se derrumbaron o quedaron con graves daños estructurales, eran nuevas (es decir, fueron entregadas recientemente a sus propietarios, tras largos y engorrosos trámites comerciales). No deja de indignar este punto, especialmente cuando nos preguntamos: ¿Cuántas empresas y personas se enriquecieron a través de las licitaciones por medio de las que se construyó toda esta infraestructuras?. No ignoro que no es hora de balances, ni de “caza de brujas”, como señaló un alto jerarca concertacionista, de todas maneras es imposible no pensar que llegará esa hora y, espero, que la lógica inquisitoria sea implacable como se merecen todas las personas que murieron o vieron peligrar su vida.
Punto dos. El pillaje es un tema antiguo y contemporáneo en Chile (intermitentemente se escucha a las autoridades hablar de lumpen, especialmente con ocasión del 11 de septiembre, apagones eléctricos y partidos de fútbol de alta convocatoria). Por ello es que resulta enervante escuchar a políticos y periodistas sorprendidos al percatarse de actos de vandalismo como si este fuera una manifestación reciente e incluso, como gustan decir “manifestación asilada”.
Sorprende que la pregunta no se refiera al origen de estas personas.
Estas personas, para ellos, parecen haber nacido de la nada. Y sin embargo la pregunta persiste y molesta: ¿de dónde provienen estas personas que en la desgracia de toda una ciudad, dejan aflorar la brutalidad, el crimen y la vileza?.
Sólo la mala fe lleva a apuntar con el dedo. La miseria humana nos muestra quienes somos en realidad como país. Sólo ante esta sombra nos medimos. Tal vez existan ángeles, pero en el paraíso (ese dudoso lugar, que tantos rédito le ha brindado a la curia) y no en la tierra, por lo que frente a los hombres y sus actos, somos siempre responsables, todos.
Sorprende que no se piense que “el lumpen” nace de y en las malas construcciones que cayeron, de la irresponsabilidad política frente a la inminencia de un maremoto de la arrogancia política, de vitrinas llenas, “133 atrapados por la realidad”, “policías en acción” etc etc.
Cómo es posible que se piense que estas personas deberían responder con civismo cuando a ellos se les trata sólo como consumidores desechables e hipotéticamente siempre encarcelables, sospechosos, como personas sin dignidad a las que se les hace objeto de trabajos mal realizados, cuando a fin de cuentas sólo importan como víctimas del circo humanitario y no como seres humanos que necesitan el compromiso y no la represión ni mucho menos la caridad católica.
El alma lumpen nace en la desigualdad, mala educación, cultura chanta, políticos arrogantes, injusticia institucionalizada, droga barata, alcohol ceguera y mucha (verdaderamente mucha y mala) televisión. En síntesis y como dice el poeta José Ángel Cuevas, mucha pero mucha, vida nacional. Si alguien piensa en algo como refundación nacional, me gustaría pedirle que recuerde como es que vinimos a dar todos a este Chile escenográfico.
Ángel Marroquín
Dos son los hechos que fijan mi atención en este primer momento: por una parte carreteras, edificios y hospitales que se derrumbaron y/o quedaron dañados y segundo, el pillaje y saqueo en diversas ciudades (y que obligaron a decretar un estado de sitio y toque de queda en la ciudad de Concepción, Cauquenes y Talca).
Acerca del primer punto es justo señalar que la magnitud del sismo era imprevisible, sin perjuicio de ello, muchas construcciones de las que se derrumbaron o quedaron con graves daños estructurales, eran nuevas (es decir, fueron entregadas recientemente a sus propietarios, tras largos y engorrosos trámites comerciales). No deja de indignar este punto, especialmente cuando nos preguntamos: ¿Cuántas empresas y personas se enriquecieron a través de las licitaciones por medio de las que se construyó toda esta infraestructuras?. No ignoro que no es hora de balances, ni de “caza de brujas”, como señaló un alto jerarca concertacionista, de todas maneras es imposible no pensar que llegará esa hora y, espero, que la lógica inquisitoria sea implacable como se merecen todas las personas que murieron o vieron peligrar su vida.
Punto dos. El pillaje es un tema antiguo y contemporáneo en Chile (intermitentemente se escucha a las autoridades hablar de lumpen, especialmente con ocasión del 11 de septiembre, apagones eléctricos y partidos de fútbol de alta convocatoria). Por ello es que resulta enervante escuchar a políticos y periodistas sorprendidos al percatarse de actos de vandalismo como si este fuera una manifestación reciente e incluso, como gustan decir “manifestación asilada”.
Sorprende que la pregunta no se refiera al origen de estas personas.
Estas personas, para ellos, parecen haber nacido de la nada. Y sin embargo la pregunta persiste y molesta: ¿de dónde provienen estas personas que en la desgracia de toda una ciudad, dejan aflorar la brutalidad, el crimen y la vileza?.
Sólo la mala fe lleva a apuntar con el dedo. La miseria humana nos muestra quienes somos en realidad como país. Sólo ante esta sombra nos medimos. Tal vez existan ángeles, pero en el paraíso (ese dudoso lugar, que tantos rédito le ha brindado a la curia) y no en la tierra, por lo que frente a los hombres y sus actos, somos siempre responsables, todos.
Sorprende que no se piense que “el lumpen” nace de y en las malas construcciones que cayeron, de la irresponsabilidad política frente a la inminencia de un maremoto de la arrogancia política, de vitrinas llenas, “133 atrapados por la realidad”, “policías en acción” etc etc.
Cómo es posible que se piense que estas personas deberían responder con civismo cuando a ellos se les trata sólo como consumidores desechables e hipotéticamente siempre encarcelables, sospechosos, como personas sin dignidad a las que se les hace objeto de trabajos mal realizados, cuando a fin de cuentas sólo importan como víctimas del circo humanitario y no como seres humanos que necesitan el compromiso y no la represión ni mucho menos la caridad católica.
El alma lumpen nace en la desigualdad, mala educación, cultura chanta, políticos arrogantes, injusticia institucionalizada, droga barata, alcohol ceguera y mucha (verdaderamente mucha y mala) televisión. En síntesis y como dice el poeta José Ángel Cuevas, mucha pero mucha, vida nacional. Si alguien piensa en algo como refundación nacional, me gustaría pedirle que recuerde como es que vinimos a dar todos a este Chile escenográfico.
Ángel Marroquín
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