Inmediaciones de lo mutuo I

Distancia que filtra distancia, medida imprecisa por colmada de derrames, líquida asimetría respecto a lo que toma en su transcurso. Desigualdad constitutiva en que se eleva la arquitectura evanescente de lo que, desde ahora, vamos a evocar como lo mutuo.
El crepúsculo como representación provisoria de la forma que adquiere Comala, en que es aludido el territorio inhóspito que se extiende más allá de la llanura e insinúa un valle allá a lo lejos: el pasadizo por donde se llega a la desembocadura del origen.
Decimos distancia por decir transcurso, por evidenciar la voz (mas bien el eco multiplicado) del tránsito, uno de los pasajes interiores que adquiere la evocación, más bien un paisaje íntimo y familiar que se nos presenta al alcance, ahora, de la mano.
Tal vez no hay otra forma de nombrar, habitar, las inmediaciones de lo mutuo, sino a través del susurro de la evocación en los oídos del caminante-ese amante sin destino, pasajero eterno del transito-. Es entonces, en los suburbios de un sueño borroneado, donde encontraremos las huellas dejadas por quienes partieron a la mar y no encontraron el olvido, sino una manera igual para encontrarse presentes a través del viaje, de un viaje que anidaba en cada una de las miradas y trazos dibujados en penumbras que les fueron impuestas por los Otros, los vecinos, los otros próximos. Aquellos que morirían en el momento de plegarse sobre sí los minutos, en el momento en que comprendieron que la marcha solo se proyectaba hacia adelante, sobre el ahora.
Vallejo dijo entonces: “Me moriré en Paris con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo”.
Evocaban el futuro con precisión, dibujaron una ruta circular hacia un ahora que se llamaba futuro, hacia un tipo de nostalgia afilada y sin retorno, una playa que se extiende y llega allí donde la vista logra encontrar posada por fin.
Un acento restante, un ataúd atravesado por él y que quedó abierto y es desde él, pues, legada la pregunta y la duda que como pasaporte se extiende por todas las fronteras de los hombres y sus naciones, la Babel del miedo y el temor; un ejercicio fluctuante, una deformación imperceptible y sugerente del aire que reina en las habitaciones atestadas de esta ciudad devastada y que parece, en ocasiones y cuando nuestra insidia adormila, no tener fin.
Es la sombra que queda trazada precisamente en el momento de ser extendida, delatada, como un mantel funesto sobre la mesa transparente a causa de ser diaria.
Inmediación es eso: una frontera que es presentida y que no llega a ser bosquejada en forma definitiva, una intención que queda derramada en veredas y cubiertas suburviales. Sangre tejida de nubes.
De ella no dejan de hablar las pausas que acampan aguerridas en algunas conversaciones minuciosas, esas que logran pretenderse triviales, sí, en ellas encuentran sitio largos silencios incómodos que son salas de espera atestadas de incomodidades, hospitales y casas de ancianos derrumbados y que permanecen semi abandonados y eternos.
El movimiento desespera y se estremece: rayo de frío metálico, armadura imposible, de la tentación vacía que arropa cada sugerencia, la corrige y completa, superfluamente bella, accesoriamente encantadora, aterradoramente accidental. Adjetivada de vacío y vestida con ropas acariciadas por la muerte, bella y circundada de sepultura.
Hay un sitio para cada uno aguardando en un canto, una pausa espera para instalarse en nosotros, habitarnos y atenazar fructíferas acechanzas, tu, yo, inmediaciones de lo mutuo.