viernes, 1 de febrero de 2008

alteridad

Una investigación
Je est un autre (Rimbaud)
Estoy en una playa cualquiera, descalzo y sin nombre, sigo el rastro quebrado de la sal depositada como fiebre en mi frente, que es la proa de una embarcación que duerme en la orilla de puertos vistos en sueños; fiebres depositadas en noches incandescentes y desiertas, que sin embargo, son ecos pues no hay recuerdo.

La mar luce en calma, vestida y desnuda a la vez, casi diría que el tumulto que forman las olas se alberga, precisa, en mi pecho cóncavo, en el que cabe hoy su alboroto como en la tumba el cuerpo de un niño, tierra de mi tierra, mar de mi mar.

Una colonia de jóvenes itinerantes pernoctan en derredor: peces de la mar arrojados; guijarros ardientes, hijos del sol, mis hermanos. Sus rostros iluminados por la luna rojiza, lujuriosa y extática, amante displicente que observa lasciva el desastre, la devastación.

Sus júbilos impetuosos vienen a descansar junto a la mar y en ésta, mi alma inquieta de luna, triste y en calma les llama.

Unicamente el eco de las olas al romper contra la orilla, (amarga barba extendida del universo), recorre todos los amplios rincones, minucioso. Los bolsillos del paisaje en derredor, ese derramado como vino en los manteles del festín por amantes impacientes. Ellos, únicamente ellos son quienes van quedando.

Y yo, que soy este interloquio, y voy escribiendo mientras los leopardos del alcohol suavizan mi ternura de otros años, nublando mi tristeza; una cierta ferocidad contenida en el gesto de escribir: "con el telón del mar rugiendo, amplio: ángulos torcidos unidos por dioses enloquecidos; arquitectura de corales rotos en una lucha que proviene de otro tiempo y deja sus huellas evanescentes justo ahora en mi, hiriendo, salobres, todo lo que imagino".

Enmiendo, y envío una vieja reverencia a los marinos que se quedan en tierra y observan desaparecer un barco en la curva del horizonte. Improviso, de pronto, un abrazo esta noche para todos y todas las que esperan como yo un amanecer, un amanecer imprecisamente definitivo.
Y siento que esto es ser feliz, disfrutar de la copa que esta noche se me brinda junto a la mar. Siento que estos años no va a pasar en vano, creo poseer una tranquilidad que antes ignoraba. No padezco saudade ni nostalgia sino, tal vez, algo así como una distracción vigilante que toma el ritmo de la mar, del orden de lo que provee, en fin, de la naturaleza: sus estragos minuciosos y alegrías apabullantes y sorpresivas.
Esa es la clase de atención en la que creo encontrar el equilibrio, si no vacilo, puedo encontrar la ruta entre la palabra y esto que me sucede. Permanezco inmóvil, inmune y atento a lo que acontece. Escucho la mar, la observo y me voy adentrando como una embarcación en el océano.
El barco al andar se enreda en la mar
cada labio húmedo que acaricia su piel de madera
es una pausa emocionada
que un sermón susurra hacia el horizonte
y que al caer sobre su trazo
anegada una lagrima deposita.
Se mantiene en pié el amanecer.