viernes, 1 de febrero de 2008

Concepto en llamas

Para Alexandra y su pintor de batallas

Decir constituye un asedio al concepto, una pluralidad de voces que se despliegan y acuden invitadas al festín común del origen, ducto y dirección, entre ellas conformada viene la ideología.
Un código binario parece emerger cuando enunciamos Yo / Tú - Ellos / Nosotros, y sin embargo se hace presente un material sobre el que asediar la fortaleza de la Troya que es la palabra, un suceso: presenciar el llamado a los Otros que nos habitan. La heteronimia es previa a la conciencia, la voz que se supone sí misma, no alcanza a reflejar su origen desconocido. Finalmente su horror es la multiplicidad y lo uno su ficción.
¿Cómo comenzar?. Desnudarnos al decir, dejar que emerjan minuciosos los empeños erróneos, los acercamientos clandestinos, todos aquellos que no fueron llamados y que sin embargo pertenecen a la celebración orgiástica del concepto, que lo preparan en el trato y no en el dictado que lo presupone o encuentra osificado.
Un acercamiento entre otros, la Poesía y el silencio, son pues, figuras de un mismo simulacro. Moscas alrededor del cadáver decir, decimos y a la vez simulaciones, apariencias en su multiplicidad: arquitectura de una emergencia propia. La originalidad es sólo una triste moneda habitada por la desolación.
La simulación entonces constituye un punto desde el que narrar la geografía del deseo en el que se cimienta el andamio móvil de la metáfora como su inactual brújula en el desierto de la enunciación.
Nombramos y se hace visible la geografía, toma pues corporeidad lo intangible: se hace posible el imposible.
La intervención en lo social es el ejercicio de la metáfora en el campo de batalla. Allí, en esa comarca lejana y sin vida aparente, es donde se juega la comunión con las voces propias y las primeras y fragmentarias noticias del otro. Diríamos que en esa Comala es donde convergen todos los recuerdos, incluso aquellos que nos acontecen y nos propinan en el espacio nocturno del pensamiento.
Buscar en la máscara (en la ansia de ficción o simplemente de mentira) la posibilidad de enunciación de lo otro, que corrige y completa, pensando que no es únicamente rastro sino también y al mismo tiempo una práctica concreta, un derrotero más de la catástrofe cotidiana y su espacio adicional, contiguo y vacante.
Digo, en primer lugar un rastro, porque el tiempo prosigue y ya nos vemos dejando la escena, saludando móviles que se debaten contra el viento que no deja de correr anunciando tormenta o calma; sin dejar de decir batalla; una batalla dibujada en el vacío – y en el propio fragor- con la palabra por esos Otros devorados por el orden y la especialización.
En segundo lugar una práctica, porque decir y hacer ocurren en el mismo momento en que se recrean las prácticas, constituyen pues simulacros que no denotan sino errores del patrón Orden conjuntamente con los errores que el sistema deja en los parlamentos como palabras-nodos en los que cristaliza el simulacro Orden (mandamiento).
Existe un plano en el que se hace imposible decir, decimos, ya no literalidad sino recuerdo pleno que habita el silencio, reverso. Es allí donde sedimenta la presencia como discurso y como práctica, materialidad puesta entre paréntesis. El instante en el que el psicoanalista se pone en suspenso y, por lo tanto, en juego. Digo recuerdo porque únicamente recuperamos de ese instante la evocación de la alteridad:
La experiencia del sueño, sus heridas incicatrizantes y lo que no deja de corregir: un porfiado apego al trato cotidiano con el símbolo (entendido como nexo y espacio en que se despliega lo común) y a su vez la mecánica reiterativa de la libido en nosotros digo, decimos, son sólo dos cerraduras desde las que contemplar el amanecer de la heteronimia en nosotros.
La añoranza, la materialidad de ninguna parte, su evocación, su llamado; las llamas inútiles y bellas en que parece todo, a fin de cuentas descansar; el furor cansado de toda ceniza que convoca y es el reverso de la enunciación; la comunidad de males que compartimos y que llueven como peces milagrosos dejándonos desprotegidos y sin embargo en una intemperie que nos es tan familiar común y fundante a un tiempo. Todo ello nos muestra que nos apropiamos de un ropaje anterior sin ser vistos y es, entonces, cuando más cerca estamos de Nosotros, del artificio mortal y completo sin el que vagaríamos desnudos en la mentira que no es festiva sino triste ademán hastiado contra la muerte: ese adefesio engendrado por la Ciencia-Orden o más bien la desnudez que percibe la víctima: procura comenzar con su presencia un día que ha comenzado sin necesidad alguna.
Las prácticas no son necesarias, ni urgentes, ni anteceden a quien se hace presente y acude a su misterioso llamado de alteridad: mas bien emergen desde eso que se llama tiempo y lugar plural, común. Yacen siempre a la vera del rumbo compartido, por eso constituyen un simulacro, una recreación, finalmente un nido de metáforas que matan a quien ingenuamente procura domarlas sin reconocer en sí su llamado a la batalla y la catástrofe.