viernes, 1 de febrero de 2008

Estación Comala


"El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja".
Pedro Páramo.
Juan Rulfo


Recorrer con los ojos el extranjero, las tierras vividas, paisajes sin forma que se van difuminando; habitar la sombra, presencias del recuerdo de otros, rastrear una sombra cuando todo parece, al unísono amanecer y no dejar sino una tenue estela de nada frente a la palabra que enuncia un rastro que se nos aparece destinado a perderse como los últimos vestigios de penumbra. Una caza decimos plurales, acecho y fuga que comparten la simetría de un viaje sin retorno en el tiempo en que son fijados por la mirada que cruzamos, que cruzas.
Colonizar el recuerdo, la huella que él va dejando, el Otro digo por procurar cercanía con ese rostro desdibujado que fragua en quienes se quedaron rodeados de ceremonias infructuosas y sueños que despertaron sin dueño y que hoy vagan inconclusos entre las ciudades del mundo. Vuelven algunos otros dejan sus recuerdos como ciudadanos del pasado, moneda de cambio entre el hoy el ayer, tren vacío que circula sin cesar en las salas de espera.
Y tal vez, y solo si tal vez, procurásemos invertir la figura, torcer la mirada e indagar en nosotros la alteridad?. Resolver el enigma imperfecto del rastro en quienes creemos ser? Y si no fuera esa sino una ruta más entre bifurcaciones plenas, entre nexos articulados a no osificar?. El adjetivo no da vida, dota de forma, es el verbo quien encara la velocidad de la alusión, la soporta y sostiene.



"Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver".

Estación Comala queda atrás, más atrás, mucho más atrás, dijeron.

El decidió partir como otros deciden ir a un baile en comarcas lejanas, ciudades de las que solos oímos alusiones. El viaje fue esa in interrumpida fiebre a través de la cual se aprecia la catástrofe. Sueño preñado de sueño y rendijas que dejan ver únicamente reversos. Y entonces otros ojos que los del viajero fueron los que lloraron las esperas, los fragmentos en los que se enunció la partida; los torpes anuncios y los kilómetros de distancia como costras de heridas y causas falladas en tribunales lejanos. Ayer es siempre, ayer.
Como a la cruz estamos clavados al instante, el pasado es nuestro calvario, por vivir, le dimos la vida a los Otros. Ahora viven en nosotros: algunos les llaman recuerdos, nosotros les llamamos rencores, olvidos.
Ayer, hoy, mañana; trazos que se repiten en el cuadro, paisaje. Los abrazos fueron puestos de nuevo a servir en la liturgia húmeda y calurosa de los re encuentros, pronta la tierra a recibir los pies crucificados, el tiempo se detuvo cuando calzó el pié extranjero, ese que cabía justo en el surco dejado en la tierra, la ceniza acumulada en los párpados, la justicia con que encuentran coartadas los extranjeros que no tienen donde ir, que no encuentran hacia dónde encaminar los pasos, ni motivos para huir.
Entonces se impone el viaje, no como una aventura, sino como el imperativo por recorrer completamente la celda que habitará el extranjero.
¿Quién colonizará ese espacio blanco dejado por el extranjero?, su sangre, sin dudarlo, encontrará el ritmo que le llevará hacia el origen, el río encontrará su afluente. Las miradas se reencontrarán únicamente en el rito de la caza. En la velocidad del acecho y la captura de la presa.
Digo origen, digo silencio decimos caza por decir Muerte.





Padre e hijo habitan la misma tumba.

El padre eligió el tránsito como patria y el hijo decidió habitar esa patria heredada en sueños por el Otro y ser justo con todos y cada uno de los kilómetros adormecidos y abrigados en su cuerpo como tesoros traídos de batallas soñadas e imaginaciones insomnes. Cazar, dijeron, es conquistar; es perder y ser cazado.
Cuando eso decidió, decidieron también volver, decidieron también entregarse al rito de la ejecución, al sacrificio en el que todos tomaran parte, un trozo de palabra entre padre e hijo, entre huérfanos.
Decidió que todos vivieran a través de la consumación, tomaran la parte que les tocaba del regreso, del arribo esperado del alimento, de la paz que da, en apariencia, la vida cuando se oculta y las horas, libres, son oraciones que lleva el viento hacia catedrales abandonadas. Entonces las palabras se volvieron secretas y en adelante el hijo llevo una vida conforme a la vida; guardó silencio y tornó a colonizar con su presencia otras ardientes imaginaciones.
El puente quedó tendido, la justicia se tornó apariencia, dijeron y Estación Comala, poco a poco, fue quedando atrás: justo en medio del silencio, el calor y el polvo que formarían otros amaneceres. Libres quedaron todos entonces.
He cavado sobre el padre tanto como sobre el hijo, únicamente ha quedado la sombra, un reflejo oscuro una tumba abierta.