lunes, 10 de enero de 2011

Psicologismo social.

Pretender dotar a lo psíquico de un estatuto social omniabarcante resulta falaz y, sin embargo, eternamente novedoso.

Cuando las profesiones que se afanan en lo social, pierden su potencia, para convertirse en oficios más bien “serviles” al poder institucional, que refractarios en su ejercicio respecto al status quo o los imperativos institucionales, queda la eterna novedad de lo mismo: lo psíquico como factor explicativo de lo social.

Hoy en día un cierto “amancebamiento psicosocial” campea en las intervenciones que se promueven desde esa zona opaca que se llama tercer sector y que ha crecido salvajemente y sin recaudo evaluativo, al amparo de las políticas sociales, fundamentalmente a partir de la segunda mitad de la década de los años noventa. Detrás de esta ausencia evaluativa se esconde, en muchos casos, lo peor del tercer sector volcado a lo social. (Precariedad laboral, alta rotación, tincómetro, despotismo, malas formaciones académicas etc etc.)

Esta convivencia psico-social hace que se tornen indiferenciables ambos componentes, lo que se traduce en que al momento de pedir definiciones acerca de qué es lo psico y que es lo social, se obtengan respuestas indistintas, ambiguas y lo que es peor, carentes de indicadores de impacto, situación que no hace sino empeorar las relaciones en el dueto psico social.

Si las intervenciones psicosociales llegaran a redundar en una cierta complementariedad de ambos elementos (psico y social), habríamos llegado a dar cuerpo a una forma de concebir y llevar adelante la intervención social especializada (situación que ocurre en muchos programas sociales), sin embargo, lo que se observa en programas como PIE, PIB etc, es que lo social queda reducido a lo psíquico: la conducta de las personas queda reducida a una cierta “lógica” de acción que puede ser “corregida” o “cambiada” a través de terapias o dispositivos psicológicos comunitarios (¿?) que, aún cuando no se expresan en terapias, aspiran a lo que ellas tienen de característico: el cambio conductual.

El año 1920 Husserl se quejaba de lo que denominaba el “psicologismo”. Con ello se refería a la tendencia a reducir el objeto a aquello que sucede en la conciencia y, sobre todo, a la falta de contradicciones en las explicaciones acerca de ella, es decir, a la ausencia de la ideología, la historicidad del objeto que llegan a la conciencia como fenómeno (“lo que se muestra”).

Parece volver a suceder algo así hoy, lo psíquico desea volver a ocupar un estatus imposible respecto a la intervención social: explicar la conducta de las personas a través de la conciencia olvidando las contradicciones que han generado esa conducta. Este retorno al positivismo psíquico contrasta con la multiplicidad de factores que inciden en la constitución de lo social y, sobre todo, con la necesidad de construir y articular intervenciones sociales capaces de ser mensuradas y responder con accountability social (conceptual, metodológico, ético y político) a sus cada vez más exigentes públicos, donantes y acreditadores.

Tal vez nos convendría mirar al pasado con modestia y evitar descubrir la pólvora, nuevamente.

Ángel Marroquín Pinto
Magíster en Trabajo Social
Pontificia Universidad Católica de Chile

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